Publicamos esta traducción no oficial de la Editorial Semanal de A Nova Democracia publicado aquí.

Janet Yellen, secretaria del Tesoro norteamericano del gobierno de Joe Biden, se reunió con decenas de los CEO’s de los mayores bancos yanquis el día 18. La razón fue la profunda crisis financiera del Estado imperialista y el riesgo de insolvencia de la deuda pública, que podría desencadenar una crisis mundial de una magnitud sin precedentes.

Actualmente, el endeudamiento de la superpotencia hegemónica única asciende a 31 trillones de dólares, equivalente al 121% del Producto de Interior Bruto del país – es, de lejos, la mayor deuda pública del mundo. El imperialismo yanqui mantiene ese nivel exorbitante de deuda a través de las “garantías”, a los especuladores, de que serán pagados. La “garantía”, por supuesto, proviene de su hegemonía financiera y económica sobre todo el mundo- es el propietario de la máquina de hacer dólares, moneda válida en cualquier lugar del mundo y dueño de los títulos “más garantizados” de tesoro público – gracias a la cual desvía la riqueza y las finanzas de sus colonias y semicolonias imponiéndoles, a través del Banco Mundial/FMI, políticas severas de ajustes financieros y ataques draconianos a los derechos laborales, seguridad social y cortes generalizados de los servicios públicos (He aquí por qué estamos asistiendo, ahora, en Brasil y en todo el mundo, a la privatización de la educación, la sanidad pública, la destrucción de la función pública)

Aun así, la maquinaria de la economía monopolística tiene sus límites.

La economía norteamericana se enfrenta a graves problemas. Desde 2001, el gobierno yanqui tiene gastos superiores a los ingresos; desde entonces, la salud financiera del Estado imperialista ha dependido de la venta de títulos de deuda (cuando un gobierno es “prestamista”, con especuladores, y garante del pago con determinada tasa de intereses).

Sin embargo, en la pandemia (como salto cualitativo de la crisis general del imperialismo) el endeudamiento llegó a niveles superiores a los vistos en la Gran Depresión y en la Segunda Guerra Mundial, concediendo enormes garantías fiscales para sus monopolios y migajas de auxilio para las familias norteamericanas, como medida extrema para evitar la bancarrota generalizada de su economía. En contraparte, la participación del PIB yanqui en la economía global solo cayó desde los años 1980 para acá (era del 23% y ahora del 15%); el ritmo de crecimiento económico del país está en caída permanente desde los años 1970, sin descanso y con el fenómeno inexplicable, para los economistas burgueses, de las sucesivas subidas de los tipos de intereses y de la inflación. Si la economía yanqui demuestra agotamiento, ¿durante cuánto tiempo podrá endeudarse?

Las perspectivas del gobierno de Biden son negociar con el Congreso – de mayoría “republicana” – para ampliar, hasta junio, el límite de la deuda pública. La crisis política, todavía, es un obstáculo. No hay optimismo de que haya facilidades para aprobar tal medida, aunque sea a costa de que el gobierno recorte proyectos federales, lo que afectaría a la popularidad de Biden y serviría a los fines electorales del malvado “republicano”. Antes de nada, el aumento en la cantidad y la calidad de las luchas clasistas de las masas, desde las entrañas del imperialismo yanqui por sus derechos que serán necesariamente objeto de reacción.

El imperialismo yanqui – como cabeza del sistema imperialista mundial – está en declive y atormentado por incontables contradicciones internas. Desde su interior, las masas exclaman su grito de protesta por la explotación máxima, principalmente los negros, contra la opresión social, desde el odioso racismo y violencia policial sistemática que ha degradado las condiciones de vida, pretexto que crece en la misma proporción que la crisis. Para contrarrestar su tendencia irreversible al estancamiento, el imperialismo está usando sus finanzas para continuas guerras de agresión contra las naciones oprimidas, para reactivar la capacidad industrial y aprovecharlo en la industria bélica, como garantía de recuperar la inversión con el posterior saqueo de la nación invadida y devastada. Han cosechado fracasos en Iraq, en Siria y, lo más humillante, en Afganistán, criando enemigos feroces por donde pasaban sus tropas. Su bandera es la más odiada del mundo, con razón. Es la perfecta imagen de una bestia paquidérmica moribunda, rodeada por depredadores y herida de muerte. Para los oprimidos y explotados, de todo el mundo, no hay momento más propicio que este para luchar por su liberación, por enterrar el régimen imperialista y regir un nuevo orden social del proletariado.