EL CAMPO, UN PODEROSO FERMENTO REVOLUCIONARIO
La
contradicción principal de nuestra época se desarrolla entre el
imperialismo de toda laya, en especial, el yanqui, y las naciones
oprimidas del mundo. Las potencias imperialistas pugnan y a la vez
coluden para repartirse territorios, recursos y rutas; sin embargo, el
teatro decisivo de esta contradicción es el Tercer Mundo, escenario
donde se concentran las guerras, ocupaciones, bloqueos y
contrarrevoluciones. Ahí están, entre otros, Palestina, Siria, Líbano y
Yemen; Afganistán, Irak y Libia; Sudán y Sudán del Sur, Etiopía y
Somalia en el Cuerno de África; Mali, Nigeria y Burkina Faso; la
República Democrática del Congo y Mozambique; el Sáhara Occidental y
Haití. En Asia se extienden conflictos y resistencias en Myanmar,
Bangladesh, Pakistán, India, Filipinas y Papúa Nueva Guinea; en Asia
occidental asedian Irán, y en Turquía y Kurdistán persiste con sus
guerras multiformes o híbridas. En América Latina los tambores de
guerra, sanciones e injerencias retumban sobre Cuba, México y Venezuela,
la militarización y la guerra interna atraviesan Colombia, Perú,
Ecuador, Haití y amplias franjas de Centroamérica y el escenario náutico
de convergencia en El Caribe.
En ese marco, las
guerras populares que apuntan al Poder como las que se desarrollan en la
India, Turquía, Filipinas y el Perú; y las guerras de liberación
nacional en otros países, expresan una ley ineluctable: donde el
imperialismo estrangula y embate, las masas aprenden en el curso de la
guerra a combatir, levantando las banderas de la guerra justa contra la
guerra injusta. En muchos lugares, armadas de manera precaria y
rudimentaria, las masas desbordantes de optimismo ponen el pecho y la
cuota a la amenaza nuclear, tecnológica y numérica que el imperialismo
pretende aplicar fatuamente. En ese sentido, nos corresponde convertir
la indignación en organización, la defensa en ofensiva y la crisis en
oportunidad estratégica para abrir paso a la derrota del imperialismo y
sus lacayos, e imponer la Nueva Democracia, que es dictadura conjunta de
obreros-campesino y pequeña burguesía, siendo centro, el proletariado:
y, sobre sus conquistas y trasformaciones, al socialismo.
Sujetos
de este análisis, podemos entender de mejor manera la agresiva
presencia del imperialismo yanqui en centro y sud América; : su amenaza
de invadir Venezuela, estrangular a Colombia y poner en funcionamiento, a
su favor, la maquinaria burocrática-terrateniente del viejo Estado del
Ecuador, en un contexto de pugna que mantiene con Rusia y China y, de
hecho, con algunos países de Europa.
En esta ofensiva
yanqui, el Ecuador, y en él, el gobierno títere de Noboa, juagan un rol
importante en el médula de esa estrategia. No es gratuito el proceso de
fascistización de Noboa, sus pretensiones legales para reformar o
generar una nueva constitución, cuyo centro es avalar la presencia de
bases militares extranjeras (no rusa, china, o de cualquier otro país,
aspecto que también sería rechazado y combatido), sino yanqui,
específicamente; además, otorgar super poderes al gobierno y a las FFAA,
quienes, precisamente este momento, son total y absolutamente manejados
por los EEUU e Israel.
Cuando señalamos que Noboa es
fascista y títere, nos remitimos a los hechos; sobre todo, títere,
porque su condición de fascista deriva de su posición servil al
imperialismo. Basta ver que, por primera vez, Ecuador, de la mano de la
Cancillería, dirigida por una agente del sionismo internacional, se
abstuvo ante la ONU de votar contra el criminal bloqueo a Cuba; pero eso
sí, declaró a Hamás, Hezbollah y a la Guardia Revolucionaria de Irán
como organizaciones “terroristas” siguiendo el mandato de los EEUU.
Esto
debe entenderse en su verdadera dimensión: servilismo, testaferrismo
político de Noboa y, sobre todo, la creciente incidencia política de EE.
UU. en el país. Es decir, poco a poco estamos perdiendo esa relativa
independencia política que se supone teníamos y que nos caracteriza como
un país semicolonial/semifeudal.
El Ecuador actual
es una sociedad semicolonial y semifeudal. Cuando decimos que es
semifeudal, no estamos diciendo que no hay capitalismo; lo que decimos
es que el imperialismo desarrolló, de manera tardía, un capitalismo
atado a los intereses de los grandes terratenientes en la segunda mitad
del siglo XIX; que estos, antes y hoy, no tienen intención alguna de
eliminar esos remanentes feudales, sino de evolucionarlos a nuevas
formas. Capitalismo (burocrático) que no desarrolla las fuerzas
productivas, que fomente la industria nacional, sino que es entregado al
imperialismo, fundamentalmente yanqui. Que es quien delinea las formas y
relaciones de producción ceñidas a sus intereses.
Este
capitalismo está en crisis, enfermo, patojo, cuyas contradicciones no
se resuelven pensando en “levantamientos” o rebeliones circunstanciales,
coyunturales, sino con un programa y proceso revolucionario profundo,
dilatado, con correcta dirección ideológica y con guerra popular.
Entender
esto es fundamental para una apropiada comprensión de las dinámicas de
lucha en el país, particularmente en el campo, donde el rol del
campesinado pobre ha sido determinante, sobre todo en los tres últimos
levantamientos populares.
Nosotros, los comunistas,
no concebimos la sociedad como un todo delimitado por razas, grupos
étnicos, nacionalidades o de actores que promueven las reivindicaciones
de género. Nosotros concebimos la sociedad a partir de un análisis
materialista histórico-dialéctico y que, por ello, primará siempre el
análisis de clase: su composición, campos y contradicciones. En ese
sentido, observamos campesinos y su relación con los medios de
producción; las relaciones de producción; el hecho de que, en la
actualidad, algunos campesinos que están alineados con reivindicaciones
étnicas, siendo principal, su condición de campesino pobre, sin tierra;
otros que, de labrar tierra ajena, también devienen, eventualmente, en
mineros artesanales; aspectos que determinan la particularidad y
diversidad de centros de contradicción en el ámbito productivo.
Entendemos que, al no haberse materializado la revolución
democrática-burguesa de viejo tipo; el campesinado pobre es la clase que
deviene en la más explotada ya que está sumida y atada a relaciones de
producción pre capitalistas o, para decirlo de manera clara, feudales y
semifeudales.
Con esos antecedentes queremos centrarnos en aspectos coyunturales del país.
Ha
culminado el levantamiento indígena-popular tras 31 días de álgida e
incansable lucha; una brega en la que las masas, además de movilizarse,
han puesto su cuota de sangre: muertos, heridos, mutilados; además,
detenidos y perseguidos.
Al igual que en los
levantamientos de 2019 y 2022, las masas campesinas fueron la fuerza
principal de la movilización, acompañadas por obreros, estudiantes,
vendedores y sectores populares que se rebelaron con determinación
contra gobiernos que, como el actual, han estado ajenos a los intereses
de las grandes mayorías. Es decir, en estas rebeliones, el campesinado
ha sido la fuerza principal.
Este ciclo demuestra
que el campo continúa siendo un “poderoso fermento revolucionario” y
que, al establecer correcta alianza de clases con obreros y demás masas
explotadas, en estos contextos y formas de lucha, se convierte en una
fuerza capaz de desestabilizar el viejo Estado.
La
combatividad de las bases del movimiento indígena-campesino, más allá
del discurso etnocultural de cierta dirigencia oportunista que ha
focalizado el vórtice de las contradicciones existentes en el campo en
la pluriculturalidad, los derechos colectivos y la defensa del
“territorio”, subsumiendo la contradicción principal:
masas-semifeudalidad, que tiene rostro y voz propia: campesinos sin
tierra o con poca y de mala calidad; producción artesanal como
estrategia de subsistencia; mutación cíclica del campesinado pobre en
semiproletariado en la minería informal; servilismo, expropiación de
tierras y migración forzada. Todas, expresiones de la más abyecta
semifeudalidad que mantienen al campesinado, sea este “indígena” o no al
filo de la rebelión.
Eso es lo que hay que ver y
procesar. El movimiento indígena, alentado por su dirigencia, habla de
“territorialidad”; sin embargo, en su seno coexisten latifundios y
minifundios: hay tierras en manos de comuneros, pero también grandes
extensiones controladas por terratenientes nacionales y extranjeros.
Curiosamente, los indígenas/campesinos que habitan los llamados
‘territorios’, que en verdad son propiedades privadas, minifundios, son
los peones, labradores, y trabajadores de los grandes latifundios que
están dentro de esas circunscripciones.
El
latifundismo, en lugar de menguarse se ha incrementado. Ejemplos sobran:
el consorcio de los Wong, exministro del Interior de Noboa, concentra
alrededor de 30.000 hectáreas en Guayas (Marcelino Maridueña); en
Esmeraldas y Santo Domingo de los Tsáchilas cerca de 300.000 hectáreas
de palma africana están en manos de un puñado de propietarios; el
consorcio Nobis, del propio Noboa, posee tierras en distintos puntos del
país; la azucarera Valdez administra cerca de 10.000 hectáreas; además
de extensas haciendas bananeras. En Cotopaxi, Aglomerados Cotopaxi y
Durini suman aproximadamente 30.000 hectáreas, y Cobo controla unas
19.000 hectáreas en pleno corazón de lo que la CONAIE denomina
“territorios indígenas”. A esto se añaden los miles de hectáreas de la
hacienda Fukurama, sí, la misma denunciada por prácticas de esclavitud
en pleno siglo XXI. Los jornaleros, arrimados, arrendatarios y
trabajadores que laboran en estos predios suelen estar sometidos a
relaciones laborales de corte feudal o semifeudal.
Los
camaroneros cuentas a su haber con 233.000 hectáreas, la misma cantidad
de tierras con las que cuentas 1´800.000 campesinos pobres. A este
‘fenómeno”, debemos sumar los millones de hectáreas entregadas a las
grandes empresas mineras; vehículo que ha generado una nueva corriente
de latifundistas vinculados a estas transnacionales de la minería, pero
también a la pequeña y mediana minería, escenarios donde las masas
campesinas pobres son despojadas violentamente de sus pequeñas parcelas,
además, son quienes ponen el trabajo, y también la vida, ante los
desafueros y violencia estatal, para estatal y sicarios.
Además
de la alta concentración extrema de la tierra: predios individuales o
consorciados de 10.000, 20.000 o 30.000 hectáreas se presenta el
monocultivo y control de cadenas completas: caña, palma, banano y
forestales con integración vertical (tierra–procesamiento–exportación).
Escenarios
con relaciones laborales precarias o serviles: pago por tarea,
tercerización, endeudamiento con tiendas internas, vivienda dentro de
haciendas y desplazamientos forzados. Reclutamiento forzado de
campesinos para trabajar en la minería; arrendamiento de tierras y
trabajo bajo la modalidad de “al partir”. Control de bienes comunes y
servidumbres: acaparamiento de agua, caminos y servidumbres de paso, con
seguridad privada y criminalización de la protesta. Captura regulatoria
y fiscal: ventajas normativas y logísticas que refuerzan la
concentración y dificultan la reforma agraria real.
Estos
rasgos, sumados a los casos concretos citados, muestran que el problema
no es solo de “territorialidad” como consigna general, hueca; sino de
poder de clase sobre la tierra y el trabajo, expresado en un régimen que
reproduce relaciones feudales y semifeudales en pleno siglo XXI.
Es
de ese tipo de cosas que se debe preocupar la dirigencia del movimiento
indígena, de que los campesinos viven en condiciones precarias, que eso
hay que eliminar, y no se hace con consultas, con votos o en el
cuchitril de la Asamblea, no, imposible, eso se lo hace con violencia
revolucionaria. Hay que arrasar el poder gamonal y para hacerlo, hay que
abatir de todas las formas a sus testaferros, los caciques locales,
aquellos campesinos vendidos al gamonalismo que son quienes reproducen
el viejo Estado en las relaciones de producción y los ejecutores
directos de los procesos de corporativización de las masas campesinas.
En
este contexto, urge reconocer que, ante la ausencia de correcta línea
ideológica, la lucha campesina, sin desestimar su constancia, sobre todo
en torno a la necesidad de resolver el problema agrario, tiene cierto
carácter espontaneísta, muchas veces espoleado por su dirigencia, la
misma que históricamente ha demostrado que, además de traidora y
oportunista, tiene agenda propia, sin más norte que el electorerismo y
la burocratización del movimiento indígena-campesino. Además, propia de
la incidencia del trotskismo, sostenido por Iza y sus colaboradores,
promueven la idea de lanzar al movimiento indígena a jornadas
‘insurreccionales’; pues consideran que es el mecanismo y forma de lucha
que permitiría que esas masas ‘conquisten el poder’. Es algo así como
pretender seguir el camino ruso combinado con electorerismo y oras
patrañas burocráticas.
El último levantamiento
indígena-popular, como los anteriores, fue traicionado por su
dirigencia; esta vez bajo el mando de Marlon Vargas, un inestable y
cobarde representante de una pléyade de dirigentes que han tenido la
misma hoja de ruta: inicialmente con discurso radical, incendiario;
posteriormente, amigable, conciliador con el gobierno y las clases
dominantes, y el corolario, la cereza del pastel, ¡terminan como
candidatos presidenciales!
Toda esta verborrea va de
la mano de un ‘proyecto’ centrado en el «comunismo indoamericano», una
patraña que descontextualiza a Mariátegui, que se presenta como una
relectura “originaria” del marxismo para América Latina que privilegia
lo indígena/andino como núcleo civilizatorio, que toma elementos sueltos
del Amauta, del indigenismo y del comunitarismo andino, y los combina
con agendas que tratan de buscar programa en el pasado; que absurdamente
desplaza el eje de la lucha de clases hacia una identidad
étnico-cultura , Mitifica la “comunidad originaria” como forma superior
‘precapitalista’ y rehúye examinar sus contradicciones internas
(patriarcales, jerárquicas (cacicazgos), mercantilización creciente).
Sin crítica de estas relaciones, el “retorno a lo comunitario” funciona
como romanticismo restauracionista. Un comunismo “ni calco ni copia” que
omite su núcleo, lo fundamental: revolución agraria y socialista
dirigida por la clase trabajadora en alianza con el campesinado
indígena.
En esta ocasión, Vargas, con el pretexto de
“salvar la vida de los manifestantes” y de “preparar la campaña por el
NO en la consulta popular”, desmovilizó a las masas y las arrojó, una
vez más, al estercolero electorero. No actuó solo: contó con el apoyo
cómplice de Lourdes Tibán, desde la Prefectura de Cotopaxi, y de otros
actores “indígenas” de ideología domesticada que repiten,
cacofónicamente, que “solo con trabajo podemos hacer que el país
mejore”.
Estos perros del viejo Estado sustituyeron
el levantamiento popular, por la campaña electorera del NO en la
consulta popular. hay que combatirlos, sin lugar a dudas.
Por
su parte, el gobierno de Noboa, fascista, entreguista y tremendamente
violento, ha utilizado medios, tácticas y estrategias pocas veces vistas
para reprimir al pueblo. Ya se ha señalado: Noboa ha convertido al
Ecuador en un laboratorio de la nueva línea militar del imperialismo con
soporte sionista para neutralizar la insurrección y las luchas
populares en los países del tercer mundo. No ha escatimado en bombardear
con artillería y aviones de guerra sus objetivos ‘militares, como
sucedió en Imbabura y Azuay; movilizar miles de tropas escoltadas por
vehículos blindados, helicópteros de guerra y demás equipamiento militar
para combatir masas básicamente armadas con voladores, piedras y palos:
expresiones, sí, de lucha, pero que, como siempre, resultan
insuficientes para enfrentar a un enemigo que, sin miramientos, reprime
abyectamente al pueblo, siempre con la anuencia de dirigentes
revisionistas y/o oportunistas que han servido de catalizadores para
corporativizar a las masas utilizando un burdo, y en cierto modo,
efectivo populismo basado en bonos, días de asueto en el trabajo, regalo
de cerdos, sorteo de vehículos en los motines que organiza; y otras
baratijas que recuerdan las épocas del coloniaje español, donde el
espejo de entonces, ha devenido en ‘bono’.
Hoy el
viejo Estado burocrático-terrateniente, bajo el gobierno de Daniel
Noboa, expresión concentrada de la burguesía compradora y de los grandes
terratenientes, se recompone subordinado a los intereses del
imperialismo yanqui y del capital comercial y de intermediación
financiera israelí.
El país opera como enclave
estratégico: logística militar, inteligencia, penetración económica y
tecnológica. No se trata de una “desviación” coyuntural, sino de una
forma concreta de dominación semicolonial y de transición corporativa.
El
imperialismo exige “estabilidad”, “seguridad” y “control social” para
su expansión. De ahí las reformas de Noboa: incremento del IVA,
eliminación de subsidios, privatización de sectores estratégicos y
endurecimiento represivo bajo la retórica de “seguridad nacional”,
“lucha contra el terrorismo” y la convocatoria a una nueva Constituyente
convertida, desde ya, en un “cheque en blanco” para el imperialismo y
la reacción. La actual constitución poco o nada sirve a las masas; mucho
menos a la reacción, ellos, la reacción, requieren una constitución que
avale y proyecte lo que ya están haciendo, un proceso de militarización
de la vieja sociedad donde el ejecutivo y las FFAA cuenten con todo el
Poder coercitivo y represivo. Estas medidas corresponden a un reajuste
general corporativo del Estado en los planos económico, político e
ideológico.
A la dictadura de grandes terratenientes y
grandes burgueses no le alcanza bombardear dentro del país, reprimir,
matar, encarcelar, perseguir y comprar conciencias; también necesita
echar mano de su discurso electorero. Ahora combinan la violencia y la
represión con la farsa electoral. Quieren hacernos creer que, con la
consulta popular, el pueblo elegirá una nueva Constitución, cuando no es
sino la expresión concentrada de la política del viejo Estado, del
capitalismo burocrático y del imperialismo. No es más que eso.
¿Qué
recibió el pueblo con la Constitución de 2008? ¡Nada! Igual nos han
explotado, oprimido, agredido y violentado; es más, nos hemos ahogado en
sangre y nos hemos visto forzados a migrar o a morir en el intento.
Ahora nos quieren imponer otra Constitución. ¿Cambiará con relación a la
anterior? Posiblemente en sus formas, pero no corresponde al
proletariado, al campesinado pobre y a las demás masas explotadas avalar
un instrumento político que legitima al viejo Estado y lo presenta en
su versión más “sutil” en el terreno del sistema de gobierno. Pueblo del
Ecuador, recuerda: asistir a las urnas, ya sea para elegir autoridades o
para una nueva Constitución, solo avala lo actuado por todos los
gobiernos, particularmente por este último, sostenido en la violencia
imperialista, la mentira y gobernar en función de los intereses de la
gran burguesía y de los grandes terratenientes.
El
problema de la constituyente no es un problema de las masas; es un
asunto de las contradicciones Interburguesas llevado al plano popular.
Nosotros no negociamos a nuestros muertos en las urnas ni caemos en el
entrampe de los oportunistas, de los electoreros y de los vendevotos.
Fortalezcamos la organización, luchemos, preparemos y desarrollemos
guerra popular: es lo que debemos hacer.
No podemos
ni debemos avalar el viejo sistema electorero del país; no debemos
participar en la consulta, por el contrario, debemos boicotearla. Es
algo que compromete a los principios; es no fomentar un viejo sistema de
gobierno que nos hace creer que, participando en él, estamos definiendo
o marcando las pautas de la participación popular en los designios de
un Estado que no nos pertenece.
En esa perspectiva,
el levantamiento reabre una vez más la senda histórica que debe ser
cualificada de mejor manera: cercar las ciudades desde el campo.
Las
jornadas en Imbabura, Cotopaxi, Chimborazo y Loja muestran un
aprendizaje profundo y ya expuesto en otras ocasiones: hay que destronar
a los “curacas”, a los “caciques” de la dirigencia de las
organizaciones campesinas-populares y dotar a las masas de un
instrumento organizativo que se ponga al frente de sus luchas,
instrumento que no puede ser otro que el Partido Comunista de Nuevo
Tipo, que, sin miramientos ni cálculos oportunistas, barra con toda la
podredumbre que envuelve al campo popular.
Establecer
una alianza de clases correcta no significa negar las particularidades,
sino reconocerlas y convertirlas en un organismo concreto y operativo,
capaz de encarar las contradicciones que el gobierno genera y exacerba
coyunturalmente, y de avanzar hacia la resolución de las contradicciones
fundamentales: nación frente a imperialismo; masas y campesinado frente
a la semifeudalidad y el gamonalismo; y pueblo frente al capitalismo
burocrático de la gran burguesía. Todo ello sin perder de vista la
colusión y pugna entre la burguesía compradora, hoy personificada por
Noboa, y la burguesía burocrática, el correísmo, escenario al que se ha
arrastrado a las masas, desviándolas de sus objetivos históricos. Hay
que entender. Las reivindicaciones indígenas no pueden seguir en manos
de la dirección ideológica de la pequeña burguesía, o del nacionalismo
burgués, es y será, sin lugar a dudas, una tarea del proletariado. La
burguesía ha caducado como clase encargada de llevar las tareas
democráticas que compromete al indígena y al campesinado en general; esa
tarea solo puede ser plasmada en la revolución de Nueva Democracia,
tránsito al socialismo.
Pueblo del Ecuador: hemos
entrado en una etapa de inflexión, cargada de nudos críticos que frenan o
entorpecen las tareas necesarias para abrir paso a la revolución de
Nueva Democracia. No podemos seguir endosando el esfuerzo vital de las
masas a oportunistas y traidores. La dirigencia de la CONAIE, Pachakutik
y las centrales sindicales ha reiterado, sin rubor ni consecuencia, su
traición en favor del viejo Estado; han devenido en uno de los
obstáculos más serios para que se desate la tormenta de la guerra
popular de obreros y campesinos. Corresponde desenmascararlos, ubicarlos
donde están y aplastarlos. Ya lo dijo magistralmente el presidente
Gonzalo: “Desarraiguemos las hierbas venenosas… desterremos esas
siniestras víboras… reventemos esa pus, de otra manera la ponzoña sería
general. Venenos, purulencia hay que destruirlas”.
El
momento es duro, sí, pero nos sostiene un optimismo histórico que
desborda trabas y dificultades. La ruta es sinuosa y exige confrontar
sin titubeos al enemigo: imperialismo, gran burguesía y grandes
terratenientes, y también a sus operadores internos: caciques,
oportunistas y revisionistas. A estas alturas, nadie queda fuera del
mapa: todos son piezas de la estrategia global del imperialismo y sus
lacayos para mantener al pueblo oprimido y explotado.
No
arrastremos a las masas a la movilización sin una clase dirigente ni
una ideología que tracen el rumbo. Es inviable persistir en discursos
cansinos sobre “derechos colectivos” o en salidas electoralistas que
maquillan el continuismo y conjuran cualquier transformación de fondo.
No se trata de “indianizar” el comunismo, sino de proletarizar
ideológicamente al movimiento indígena para que, en su agenda nacional,
se consideren las contradicciones de clase existentes; que sus
reivindicaciones se articulen con las de obreros, campesinos y demás
sectores populares; solo así las luchas coyunturales dejarán de ser
descargas episódicas y se convertirán en procesos sostenidos de
movilización, militarización y combate.
Tenemos un
escenario político favorable para la revolución. Las condiciones
históricas están en su punto; debemos aprovecharlas. Debemos resolver
todos los problemas políticos que tenemos al frente con lucha armada: no
hay otro camino; es lo que nos corresponde hacer.
Sin
un Partido Comunista que organice, eduque y conduzca, toda acción, por
coyuntural que sea, quedará atrapada en el corporativismo administrado
por una dirigencia oportunista. Se impone construir una dirección capaz
de convertir el descontento en programa, el programa en organización y
la organización en una fuerza avasalladora nucleada en el Partido
Comunista de Nuevo Tipo; en el Frente y, obviamente, en el Ejército
Popular, la forma más importante y decidida para que, con guerra
popular, avancemos al comunismo.