Thursday, April 6, 2023

A NOVA DEMOCRACIA BRASIL: Editorial Semanal – Las estrechas perspectivas del gobierno oportunista

 

EDITORIAL/NACIONAL

Editorial Semanal – Las estrechas perspectivas del gobierno oportunista

 

POR REDACCIÓN DE AND

  04/04/2023 3 minutos de lectura

 


Luiz Inácio y los multimillonarios André Esteves (propietario de BTG Pactual), Abílio Diniz (Carrefour) y João Camargo (Esfera Brasil y director ejecutivo de CNN), durante una cena durante el período electoral de 2022. Foto: Reproducción

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La última encuesta de Datafolha reveló que el 29% de los brasileños considera que el gobierno de Luiz Inácio es “malo o terrible”, seguido por un 30% que lo considera “regular” y un 38% que lo considera “bueno o bueno”.

 

En situaciones normales de temperatura y presión, se espera que la aprobación sea mayor para el comienzo del período; de tal manera que el actual gobierno tiene, junto con Bolsonaro en 2018 (en el margen del error), la peor desaprobación durante los primeros tres meses desde la llamada “redemocratización” (1988). Además, el 29% que considera al gobierno “malo o pésimo” es el mismo porcentaje registrado en el peor momento de Luiz Inácio en la presidencia, fechado en diciembre de 2005, cuando estalló el caso “mensalão”.

 

La encuesta también trajo información de que el 51% de los encuestados considera que el gobierno hizo menos de lo esperado en los primeros tres meses, y el 50% cree que el gobierno cumplirá parte, pero no la mayoría de las promesas (otro 21% cree, aún, que no cumplirá con ninguno de ellos, totalizando el 71%).

 

En las áreas donde el gobierno ha ido peor, se destaca el tema “economía”, citado por el 15% de los encuestados, seguido de salud y seguridad pública (12%), corrupción y lucha contra el desempleo (10%).Es necesario considerar, sin embargo, que en la población más pobre, los índices positivos del gobierno son superiores a la media: el 45% lo considera “bueno o excelente”.

 Pero es precisamente esta parte más pobre de la población la que considera que ha hecho menos de lo esperado (50%) y dos tercios creen que Lula cumplirá algunas, pero no la mayoría, de sus promesas o que no cumplirá ninguna de ellas.

 

En primer lugar, es el propio régimen político el que queda desprestigiado, y por tanto, todos los que se hacen cargo de su gestión de turno. Por lo tanto, con el tiempo, solo baja el promedio de aprobación de los gobiernos. Luiz Inácio no está en condiciones de revertir esta situación, que reduce su margen de maniobra.

 

En segundo lugar, las masas básicas, los más pobres, aunque lo ven “bueno o grande” por encima del promedio general –y eso se debe a que hace lo mínimo que no hizo el villano Bolsonaro–, tampoco sienten satisfechas sus expectativas y, en consecuencia, no alimentan de entusiasmo al gobierno. Las masas más profundas de nuestro país ya no aceptan ser gobernadas como antes. Esta es la tendencia que más aumenta el peligro para Luiz Inácio.

 

Sabe muy bien que debe actuar como un buen equilibrista: juzgándose a sí mismo como un “hábil conciliador”, necesita tanto cumplir mínimamente con las expectativas de las masas populares para ganarse su confianza, sin la cual no sería capaz de sostenerse a sí mismo – y, al mismo tiempo, necesita establecer una política que corresponda a los intereses de la oligarquía financiera internacional, la gran burguesía y los terratenientes. Si atendiese mínimamente a las demandas apremiantes de las masas trabajadoras del campo y de la ciudad, ya lo arrojaría al fuego en que el “mercado” carboniza y desestabiliza a cualquier gobierno, agravaría las contradicciones al interior de su gobierno, perdería el ya crítico apoyo parlamentario, agravaría la crisis institucional y la crisis militar, cuyos exponentes -el Alto Mando de las Fuerzas Armadas y la extrema derecha bolsonarista- están al acecho, dispuestos a atraparlo. Si Luiz Inácio cumpliera satisfactoriamente con las demandas y compromisos pactados con los grandes capitales y terratenientes locales e internacionales, caería en completa exposición ante las masas, sería la pérdida total de la ya frágil confianza que aún tienen con la política oficial, se agudizaría la crisis social y explosiones de revueltas populares, mayores contradicciones en las bases de los movimientos cooptados por él y también dentro de su propio gobierno. Además, como en el primer caso, también conduciría al recrudecimiento -sin precedentes- de la crisis política, institucional y militar. Si decíamos arriba que las masas ya no aceptan ser gobernadas como antes, he aquí el otro lado: los reaccionarios y oportunistas ya no pueden gobernar como antes.

La situación en perspectivar es explosiva para este gobierno y todo el viejo orden. Cuanto más se regodee el gobierno en la crisis económica, más estrecho será su margen de maniobra frente a las masas y los círculos más poderosos de las clases dominantes; cuanto más rápido busque resolver tal crisis económica a través de las recetas del imperialismo, mayor será su exposición. Entrando en la situación en perspectiva, para el pueblo y la nación todo dependerá de la posición y actuación de los demócratas y revolucionarios.

 

Lenin, como gran político proletario y maestro en el dominio del movimiento práctico, al hablar en abril de 1917 del gobierno encabezado por el socialrevolucionario Kerensky –un gobierno “democrático”, en fraseología socialista, que reemplazó al más tiránico y miserable autocracia en Europa – afirmó: “Hay otro método [de mantener al pueblo en la opresión]: es el método del engaño, la adulación, las frases, millones de promesas, miserables limosnas, concesiones en cosas insignificantes para preservar lo esencial. Los líderes de la pequeña burguesía enseñan al pueblo a confiar en la burguesía. El proletariado debe enseñarle a desconfiar”. Esta última es tarea, no sólo propagandística sino práctica, de verdaderos demócratas y revolucionarios consecuentes.