Thursday, June 28, 2018

El "semitismo" y el "antisemitismo": La Cuestión Judía y la Cues­tión Palestina o la Cuestión Palestina como la Cuestión Judía


Hoy día publicamos unos estractos, que hemos escogido  de ¡Olvidar el semitismo! de Joseph Massad, publicado en Foro Internacional, México, Vol. 54, No. 3 (217) (JULIO-SEPTIEMBRE, 2014), pp. 696-737. Lo hacemos porque los sionistas-imperialistas, reaccionarios, oportunistas usan con frecuencia "semitismo" y "antisemitisco" para acusar de anti-semitas a los que se pronuncian contra el colonialismo zionista-imperialista en Medio Oriente y a favor de la causa palestina. Pero lo hacemos también porque muchos amigos caen en esta trampa creada por los académicos que trabajan para los colonialistas desde mediados el siglo XIX, primero como orientalistas y hoy como antropólogos y como otros cientistas  al servicio del imperialismo.

Leer los extractos:

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Voy a argumentar que involucrar la política del recuerdo en el caso del semitismo es esencial para entender las vidas de aquellos a los que el semitismo ha interpelado e interpela como semitas hasta el día de hoy. Esto nos llevará a la Cuestión Judía y a la Cues­tión Palestina, o a la Cuestión Palestina como la Cuestión Judía. La cuestión palestina en los últimos treinta años se ha llegado a ver en Occidente como una parte esencial de la Cuestión Musulmana, si no es que como la propia Cuestión del islam. Como tanto palesti­nos como judíos habitan dentro de la taxonomía “semita”, quiero discutir la forma en que su(s) cuestión(es) constituye la Cuestión Semítica; de hecho, cómo es que lo semita se convirtió en una Cues­tión, para Europa.
Semitas y orientales
¿Pero qué es exactamente el semitismo y qué tiene que ver con los palestinos? Sabemos mucho sobre el antisemitismo y cómo, en la concepción popular europea y americana, tiene mucho que ver con los judíos como víctimas suyas. Cada vez más, la representación eu­roamericana afirma que musulmanes, árabes y, a menudo, palesti­nos, son sus perpetradores. ¿Pero qué es este semitismo al cual se opone el antisemitismo, al que quiere perseguir, oprimir? ¿Por qué los reportes recientes –o recuerdos– del antisemitismo olvidaron la historia del semitismo? ¿Por qué muchas veces no logran recordar a los semitas en su historiografía? ¿Están los musulmanes, o específi­camente los palestinos como una metonimia para aquellos, opues­tos en esos recuerdos al semitismo, a los semitas, y si es así, cuál sería la razón de la oposición? ¿Son en realidad víctimas o perpetradores del semitismo, o del antisemitismo? La cuestión esencial que quiero plantear es si el antisemitismo es verdaderamente el enemigo del semitismo en modo alguno, o si su relación es completamente de un orden diferente.
Cuando Edward Said comenzó su estudio del orientalismo, explicó que “por una lógica casi ineludible, me he encontrado es­cribiendo una historia de un copartícipe secreto, extraño, del an­tisemitismo occidental. Que el antisemitismo […] y el orientalismo JUL-SEP 2014 ¡Olvidar el semitismo! 701

se parezcan tanto entre ellos es una verdad histórica, cultural y políti­ca que basta con mencionarla frente a un árabe palestino para que se entienda perfectamente su ironía”.6 Aquí debo recordar que la épo­ca en que lo semita se convirtió en una cuestión era una época en la que muchas de las cuestiones que Europa tenía que considerar desde finales del siglo xviii en adelante tenían que ver con el Oriente; no de menor importancia entre ellas era la cuestión del Imperio Otoma­no Oriental, cuya presencia en Europa y la necesidad de expulsarlo de Europa se codificó como “Cuestión Oriental”. El casi contempo­ráneo surgimiento de la “cuestión judía” lidió con la presencia de otro pueblo, también identificados como “orientales”, que habían estado presentes por milenios en el corazón de Europa. La invoca­ción de Said del antisemitismo como el “copartícipe secreto” del orientalismo, término que toma prestado de Joseph Conrad,7 es instructiva. En su famoso relato, Conrad identifica a su “copartícipe secreto” como a un “segundo yo”, “mi otro yo”, un “doble” o, como lo pone el propio Said, como a un “espejo”.8 El oriental y el semita, el orientalista y el antisemita, orientalismo y antisemitismo, consti­tuyen por lo tanto el uno para el otro su segundo yo, su doble, y sus reflejos de espejo que siempre deben leerse y observarse en pareja.
La categoría de semita la inventaron los filólogos europeos en el siglo xviii, y en el xix pasó de ser una categoría lingüística a una racial. Ernest Renan fue quizá uno de los orientalistas más ilustres que contribuyó al surgimiento de esta transformación. Para Renan, el “espíritu semítico” tenía dos formas: “La forma he­braica o mosaica, y la forma árabe o islámica”.9 De hecho, según tales representaciones, como las resume Said, “los semitas son mono­teístas fanáticos que no han producido mitología, arte, comercio,ni civilización; tienen una conciencia estrecha y rígida; en con­junto representan ‘una combinación inferior de la naturaleza’”.10 Para Renan (1823-1892), como para los estudios semíticos, o semí­tica, como se le llamaba, “El judío es como el árabe y viceversa”.11 A este respecto, el hecho de que los cristianos medievales, incluidos los cruzados, se refirieran a los árabes como “sarracenos”, los des­cendientes de Sarah, prefigura esta identidad moderna entre am­bos grupos.12

La construcción del semita fue por supuesto un ardid para la invención del indoeuropeo, no sólo en términos filológicos, sino además en términos raciales específicamente, cuando el indoeuro­peo se convierte en el ario. El semitismo, por lo tanto, siempre guar­da relación con europeísmo y arianismo. 
6 Edward W. Said, Orientalism, Nueva York, Vantage, 1978, pp. 27-28.

7 Agradezco a Andrew Ruben por advertírmelo.
8 Véase Joseph Conrad, “The Secret Sharer”, en la compilación The Nigger of the ‘Narcissus’ and Other Stories, Nueva York, Penguin Books, 2007, pp. 171-214. Véase también Edward W. Said, Conrad and the Fiction of Autobiography, Nueva York, Columbia University Press, 2008, p. 127. El libro se publicó por primera vez en 1966.
9 Citado en Gil Anidjar, Semites: Race, Religion, Literature, Palo Alto, Stanford, Stanford University Press, 2008, p. 32.
10 Said, Orientalism, p. 142. Traducción tomada de la versión en español: Ed­ward W. Said, Orientalismo, trad. de Ma. Luisa Fuentes, Barcelona, Random House Mondadori, 2010), p. 197.
11 Citado en Anidjar, Semites, p. 32.
12 Aquí no me interesa que esta etimología de los sarracenos sea necesaria­mente correcta, sino más bien que muchos la vean como tal (véase la nota 47). Otras etimologías propuestas sostienen que “sarracenos” se deriva de la forma árabe “Sharqiyyin”, que significa “del Este” u “orientales”


(…)
La astuta concepción de Arendt de la historicidad de la cate­goría “semitas” se basa en su insistente recuerdo de que, al menos en su caso, los judíos ya existían antes de volverse semitas. Aun así, sin embargo, no cuestiona la sabiduría aceptada de que el antise­mitismo existe en oposición a lo semita. Esta es una problemática importante que se debe elaborar para entender lo que se exige de “nuestra” memoria en relación con lo semita. ¿Cómo vamos a olvi­dar o a recordar esta figura clave del Siglo de las Luces y de la época romántica?

De hecho las ideas hegemónicas sobre lo semita se elaborarían después, en el siglo xix, por medio de la influencia del darwinis­mo social y los criterios evolucionistas. En estos términos se veía al árabe y al judío como manifestaciones de una interrupción evolu­tiva. Said describe cómo es que los semiticistas representaron a ambos grupos.
Solo en los semitas orientales se podía observar el presente y el origen juntos. Los judíos y los musulmanes, como temas de estudio orientalista, se comprendían enseguida a la vista de sus orígenes primitivos: esto era (y hasta cierto punto sigue siendo) la piedra angular del orientalismo moderno. Renan había afirmado que los semitas eran un ejemplo de desarrollo detenido y, hablando desde un punto de vista funcional, esto llegó a significar que para el orien­talismo ningún semita moderno, por muy moderno que se conside­rara, podía separarse de sus orígenes.14 Said, Orientalism, p. 234. Traducción tomada de la versión en español: Ed­ward W. Said, Orientalismo, trad. de Ma. Luisa Fuentes, Barcelona, Random House Mondadori, 2010, p. 312.
El desa­rrollo de la idea semítica era tal que judíos y árabes llegaron a identificarse a sí mismos como “semitas”, distanciándose así de su existencia presemítica. Esto tendría pronto un uso político. De he­cho, la inteligencia sionista, que estableció organizaciones panta­lla en Palestina ya desde la década de 1920 entre judíos y árabes bajo el disfraz de una amistad árabe-judía (pero que de hecho ope­ró como una máscara para los colaboradores palestinos con el sio­nismo), llamó a una de tales organizaciones “La Unión Semítica”.16 Véase Hilel Cohen, Army of Shadows, Palestinian Collaboration with Zionism, 1917-1948, Berkeley, University of California Press, 2008, p. 25.
Semitas y antisemitas
Si la designación de cierta gente como semita fue precisamente un ardid para la designación de su otro superior como ario, entonces el semitismo empieza a ser indistinguible del antisemitismo. El acto de inventar al semita es el propio acto de inventar al portador de dicha identidad como otro. Es de hecho el acto de crear al an­tisemita. Bajo esta luz, el semitismo siempre ha sido antisemitismo. El ardid del antisemitismo consiste en habernos hecho creer que hubo una brecha histórica, una cronología conceptual cualquiera, en la que existía un semita antes del semitismo, y que hubo semi­tismo antes que antisemitismo. Lo que propongo aquí es que esta historización es en sí misma un efecto del propio discurso del semi­tismo. Esto es en realidad lo que le faltó a Arendt en su historiogra­fía del antisemitismo (Arendt, agente de la US-CIA, liada con el filósofo del nasionalsozialismo Heideger con quien después mantuvo amistad ahasta la muerte, una historiadora muy celebrada por los „postmodernos“ de „izquierda“ y que pretendió vanalizar el Holocausto, es decir el genocidio nazi contra los comunistas, judios, gitanos, etc. para tratar de reconciliarlos con Occidente para la lucha contra el comunismo, nota nuestra).

15 Louis Massignon, 1960, citado en Anouar Abdel-Malek, “Orientalism in Cri­sis”, en A. L. Macfir, Orientalism: A Reader, Nueva York, New York University Press, 2001, p. 51. Véase Said sobre Massignon y Berque en Orientalism, p. 270.
16 Véase Hilel Cohen, Army of Shadows, Palestinian Collaboration with Zionism, 1917-1948, Berkeley, University of California Press, 2008, p. 25.

(...)Hay que considerar cómo se relaciona el semitismo con los ju­díos como punto de partida para entender cómo es que los palesti­nos figuran en esta historia. A la luz de la semítica, y basado en sus taxonomías, el sentimiento antijudío se agrupó en el siglo xix en una edificación ideológica de la otredad hecha y derecha que se llamó a sí misma antisemitismo. En contraste con el semitismo, in­ventado por cierta clase de intelectuales que eran académicos y fi­lólogos, el antisemitismo lo inventaron intelectuales de profesión política y periodística. El término lo acuñó en 1879 un periodista vienés de poca importancia llamado Wilhelm Marr, y aparecería primero como un programa político titulado La victoria del judaísmo sobre el germanismo. Marr tuvo el cuidado de disociar el antisemitis­mo de la historia del odio cristiano a los judíos basado en la reli­gión, y enfatizó en concordancia con la semítica y las teorías raciales vigentes en ese tiempo que la distinción que había que hacerse entre judíos y arios era estrictamente racial.1717 Véase Bernard Lewis, Semites and Anti-Semites: An Inquiry into Conflict and Prejudice, Nueva York, Norton, 1986, p. 94.

En el mundo europeo y su extensión americana, en donde las teorías raciales se convirtieron en el árbitro de derechos y privile­gios para la segunda mitad del siglo xix, muchos judíos abrazaron el relato del origen semítico “como una forma de establecer el im­pacto positivo de su grupo en la historia mundial”. En Estados Uni­dos, los filántropos judíos harían donaciones a los departamentos de semítica en las universidades para “asegurar el reconocimiento adecuado”.18 Según el historiador Eric Goldstein, “durante el siglo xix la afirmación del origen ‘semítico’ se había vuelto una especie de medalla de honor para los judíos estadounidenses que les per­mitió rastrear su herencia hasta los albores de la civilización y tomar crédito por colocar los cimientos éticos de la sociedad occidental”.19 Recordar el origen semítico, por lo tanto, formaba parte del proce­so de olvidar la operación activa de inventar este origen mismo por parte de los filólogos.
18 Eric Goldstein, The Price of Whiteness: Jews, Race, and American Identity, Princ­eton, Princeton University Press, 2006, p. 20.
19 Ibid., p. 108.

Sin embargo, esto cambiaría considerablemente en el siglo xx, especialmente luego de que los científicos empezaran a atribuir un origen africano a los semitas (…) De hecho, con la creciente identificación de los semitas con África, algunos judíos que buscaban una asimilación total con la condición de blancos empezaron a replegar su afirmación y la olvidaron completamente en favor de otro recuerdo. Martin A. Meyer, un rabino reformista en San Francisco y académico de estudios semíticos, sintió la necesi­dad en 1909 de declarar que los judíos estadounidenses compar­tían más con los estadounidenses blancos no judíos de lo que compartían con “el árabe del desierto, el verdadero representante del mundo semítico de antaño”, o incluso con los judíos de Medio Oriente.21 Citado en ibid., p.109. (...)Otro rabino reformista, Samuel Sale, añadió que “(...)de que sólo alrededor de 5% de todos los judíos llevan la marca ca­racterística del origen semítico sobre su cuerpo”.23 Citado en ibid. Aquí el acto de repudio no es sólo psíquico, sino decididamente fisiológico, cuan­do se dicta a los cuerpos olvidar sus orígenes con excepción de algunas huellas restantes.

(…) Sin embargo, la explica­ción sionista predominante para la condición de los judíos en Eu­ropa diferiría de la de Estados Unidos, al grado de que los sionistas europeos (...) aceptaron descripciones (anti)semíticas de los judíos, mismas que explicaron recurriendo a la historia judía de la persecución y no necesariamente a las ca­racterísticas raciales innatas.

El sionismo se predicó sobre la doble operación de recordar y olvidar: pues el sionismo estipulaba por un lado que los judíos modernos debían recordar su pertenencia a un pueblo, que los hebreos eran sus ancestros y que la cultura hebrea había sido siempre su patrimonio, al que podían ahora acceder mediante la Ilustración europea, y que Palestina era su antigua tierra natal a la que habían de regresar; mientras que por el otro lado insistían en que los judíos modernos debían olvidar sus identidades y cul­turas judías europeas como predecesoras históricas de su identi­dad actual y olvidar que Palestina seguía teniendo una población no judía ni hebrea hasta ese momento(...)Es en la adopción del nacionalismo como solu­ción –o más precisamente, disolución– de la cuestión judía que el sionismo asimiló la forma más importante de la vida política desen­cadenada por la Revolución francesa. Si el semitismo y el antisemi­tismo insistieron en que los judíos no eran ni arios ni europeos, sino que eran una raza aparte y una nación aparte, el sionismo no podía estar más de acuerdo. Su proyecto transformador también incluiría a los palestinos, a quienes buscó transformar en judíos en una desplazada geografía de antisemitismo.25 Esta maniobra ga­rantizaría además que la figura del semita, como siempre ya un valor negativo, se preservara y que al mismo tiempo se identifica­ra únicamente con y se desplazara hacia el árabe.
Aquí, Arendt, quien captó mejor que la mayoría la posición estructural de los judíos en las sociedades cristianas europeas, se­guiría confundiendo la posición de palestinos y judíos en relación con los cristianos europeos en términos más generales. Su insisten­cia en el principio nacional de definir a los judíos como un pueblo dominó gran parte de sus discusiones.26 Declara que “desde los días en que los nobles polacos invitaron a los judíos a su país para ac­tuar como recolectores de impuestos, como intermediarios con los campesinos a los que pretendían exprimir, jamás hubo una coordinación de intereses tan ideal, una cooperación tan ideal. En aquellos días, los judíos llegaron con regocijo por la conver­gencia de tantos intereses e ignorantes de su futuro papel. No sabían más sobre los granjeros polacos de lo que los oficiales sio­nistas sabían sobre los árabes antes de la Declaración Balfour. En aquellos días el judío de Europa Central huía de los pogromos de la baja Edad Media hacia un paraíso del Este con intereses con­vergentes, y aún hoy seguimos huyendo de las consecuencias de aquello”.27 La ubicación de Arendt de los palestinos en la misma posición estructural que los campesinos polacos es instructiva a la vez que está mal manejada: su descripción de “judíos” como reco­lectores de impuestos delata su perspectiva historiográfica nacio­nalista al igual que su acusación sobre la ignorancia de los oficiales sionistas con respecto a los árabes palestinos delata una ignoran­cia de la historia sionista. La mayor limitación conceptual en los textos de Arendt sobre judíos y sionismo, sin embargo, es su creen­cia persistente de que el sionismo y el asimilacionismo son opues­tos en lugar de complementarios. A pesar de sus incisivas críticas
25 Elaboro este proceso en Joseph Massad, “The Persistence of the Palestinian Question”, Cultural Critique, núm. 59, invierno, 2005, pp. 1-23.
26 Sobre la compleja relación de Arendt con el sionismo, véase Richard J. Bernstein, “Hannah Arendt’s Zionism?”, en Steven E. Aschheim, (ed.), Hannah Arendt in Jerusalem, Berkeley, University of California Press, 2001, pp. 194-202.
27 Hannah Arendt, “Antisemitism”, en Arendt, The Jewish Writings, pp. 58-59. (...)

de las prácticas sionistas, su mayor fracaso fuel el de insistir en re­cordar a los hebreos como ancestros de los judíos y el de reificar transhistóricamente a los judíos europeos como pueblo. Que el sionismo haya buscado normalizar a los judíos fue un proyecto que Arendt apoyó celosamente; incluso invocaría El castillo de Kafka para robustecer su argumento. Su entusiasmo por la quin­taescencia de la institución sionista radicalmente separatista, el kibutz (a lo que Domenico Losurdo se refiere como, citando a una Arendt previa y antisionista, como “socialismo de raza dominante”),28 se debió a la actuación del kibutz como una ins­titución que transformaría a los judíos de semitas con un valor negativo a europeos normalizados con uno positivo. Ella lo cele­bra como el “más grande logro” del sionismo, a saber, por su “crea­ción de un nuevo tipo de hombre y una nueva élite social, el nacimiento de una nueva aristocracia que difirió enormemente de las masas judías dentro y fuera de Palestina en hábitos, cos­tumbres, valores y forma de vida, y cuya demanda por el lideraz­go en cuestiones morales y sociales fue claramente reconocida por la población [judía en Palestina]”.29 Que el sionismo haya transformado al judío en lo que un psicólogo israelí, Benyamin Beit-Hallahmi, llamó el “antijudío”, y al palestino en el judío, no disuadió a Arendt de apoyar esta idea central sionista.
¿Pero cómo se efectuó esta transformación de los palestinos? Es en la coyuntura del semitismo que Edward Said ubica su inter­vención. Afirma que “lo que no se ha destacado bastante en las historias del antisemitismo moderno ha sido la legitimación de ta­les designaciones atávicas por parte del orientalismo, y […] la for­ma en que esta legitimación académica e intelectual ha persistido hasta la época moderna en discusiones sobre el islam, los árabes o el Oriente Próximo”.30
En su libro Semitismo y antisemitismo, Bernard Lewis declara que “a veces se extiende el argumento de que los árabes no pueden ser antisemitas porque ellos mismos son semitas. Tal declaración es evidentemente absurda en sí misma, y el argumento que la apoya es defectuosa en dos sentidos. Primero, el término “semita” no tiene significado alguno si se aplica a grupos tan heterogéneos como los árabes o los judíos, y de hecho podría argumentarse que el uso de dicho término es en sí mismo un signo de racismo y se­guramente también de ignorancia o de mala fe”. Concuerdo com­pletamente con Lewis y agrego que se puede decir algo similar sobre los judíos. De hecho, para hacerle eco a Lewis, el frecuente argumento de que los judíos no pueden ser antisemitas porque ellos mismos son semitas se refuta sobre las mismas bases de la absurdidad del término semita cuando se aplica a un grupo hete­rogéneo como los judíos, como argumenta él mismo.
Lewis, sin embargo, añade un calificativo para volver insos­tenible el uso que acabo de hacer de su argumento. Sostiene que la segunda razón por la cual el argumento es defectuoso es que “nunca en ningún lado el antisemitismo se ha ocupado más que de los judíos, y por lo tanto está disponible como opción tanto para los árabes como para otros pueblos si así lo escogen”.31 Pero, como han revelado las historias del sionismo, el antisemi­tismo siempre ha estado disponible para aquellos judíos que bus­can diferenciarse ellos mismos y asimilarse a la normatividad cristiana protestante europea rechazando al semita de dentro, es decir, a su judeidad percibida –y al semita de fuera, es decir, al árabe oriental como fue elaborado por el orientalismo–.
28 Domenico Losurdo, Liberalism, Liberalism: A Counter-History, trad. de Gre­gory Elliott, London, Verso, 2011, p. 180.
29 Arendt, “Peace of Armistice in the Near East?”, en Arendt, The Jewish Writ­ings, 443.
30 Said, Orientalism, p. 262.
31 Bernard Lewis, Semites and anti-Semites, p. 117. En la primera mitad del siglo xx, el antisemitismo se seguiría enfocando en la figura del judío mientras que su doble, el orienta­lismo colonial, se enfocaría en el árabe y el musulmán, a menudo fusionados, como el semita de elección. En los albores del holo­causto nazi y el fin del colonialismo, ambos se replegarían, aunque sólo de forma temporal. Pronto el antisemitismo y el orientalismo resurgirían con un principal objetivo semítico racializado, el árabe y el musulmán, vistos como uno en esta economía racialista. Este momento transformador en Europa y América, que se consolidó durante y después de la guerra de 1967, pronto cobraría ímpetu. Llegó a ser tanto, que a principios de la guerra de 1973 y del embargo petrolero se empezó a representar a los árabes en Occi­dente, según observó Said, como poseedores de “claros rasgos ‘se­míticos’: narices de gancho afiladas, la malévola sonrisa bigotuda en sus rostros, eran obvios recordatorios (para una amplia pobla­ción no semítica) de que los ‘semitas’ estaban en el fondo de todos ‘nuestros’ problemas, que en este caso consisten principalmente en una escasez de petróleo. La transferencia de la animadversión popular antisemítica de un objetivo judío a uno árabe se dio paula­tinamente, pues la figura era esencialmente la misma”.34 Aquí Said despliega la historia del antisemitismo para ilustrar los hallazgos sobre la historia del árabe, y específicamente del palestino. Para dejar claro a qué se refiere, Said declara que al representar al árabe como un “valor negativo” y un “perturbador de la existencia de Israel y de Occidente […] como un obstáculo superable para la creación de Israel en 1948”, lo que producen las representaciones orientalistas y antisemíticas es cierta concepción del árabe que está ontológicamente ligada al judío: “por ahora se concibe al árabe como una sombra que persigue al judío. En esa sombra –porque árabes y judíos son semitas orientales– se puede colocar cualquier desconfianza tradicional, latente, que un occidental sien­ta frente al oriental. Así el judío de la Europa prenazi se ha bifurca­do: lo que tenemos ahora es un héroe judío, construido a partir de un culto reconstruido del orientalista-aventurero-pionero […], y su insidiosa, misteriosamente aterradora sombra, el árabe oriental”.35

Con estas observaciones, Said recuerda a sus lectores el (anti-)semitismo que invade todas las representaciones de los árabes. Si los antisemitas concibieron a los judíos como proveedores de co­rrupción, como banqueros que controlan el mundo, subversivos comunistas y envenenadores de los pozos cristianos, los árabes y musulmanes ahora se representan como depositarios del control del mercado del petróleo, surtidores de odio y corrupción de la civilizada sociedad cristiana, terroristas violentos y posibles asesi­nos en masa, no ya con veneno, sino con armas nucleares, quími­cas y biológicas.
El análisis de Said nos exhorta a no recordar u olvidar el orien­talismo, al musulmán, al árabe y finalmente al palestino sin acordar­nos de olvidar la historia judía europea y la historia del antisemitismo europeo en el contexto del colonialismo europeo, que hicieron y siguen haciendo posibles todas estas transformaciones históricas
34 Ibid., 286.
35 Loc. cit.JUL-SEP 2014 ¡Olvidar el semitismo! 713 

( sigue en próxima entrega)