Hoy día publicamos unos estractos, que hemos escogido de ¡Olvidar el semitismo! de Joseph Massad, publicado en Foro Internacional, México, Vol. 54, No. 3 (217) (JULIO-SEPTIEMBRE, 2014), pp. 696-737. Lo hacemos porque los sionistas-imperialistas, reaccionarios, oportunistas usan con frecuencia "semitismo" y "antisemitisco" para acusar de anti-semitas a los que se pronuncian contra el colonialismo zionista-imperialista en Medio Oriente y a favor de la causa palestina. Pero lo hacemos también porque muchos amigos caen en esta trampa creada por los académicos que trabajan para los colonialistas desde mediados el siglo XIX, primero como orientalistas y hoy como antropólogos y como otros cientistas al servicio del imperialismo.
Leer los extractos:
"
Voy
a argumentar que involucrar la política del recuerdo en el caso del
semitismo es esencial para entender las vidas de aquellos a los que
el semitismo ha interpelado e interpela como semitas hasta el día de
hoy. Esto nos llevará a la Cuestión Judía y a la Cuestión
Palestina, o a la Cuestión Palestina como la
Cuestión Judía. La cuestión palestina en los últimos treinta años
se ha llegado a ver en Occidente como una parte esencial de la
Cuestión Musulmana, si no es que como la propia Cuestión del islam.
Como tanto palestinos como judíos habitan dentro de la
taxonomía “semita”, quiero discutir la forma en que su(s)
cuestión(es) constituye la Cuestión Semítica; de hecho, cómo es
que lo semita se convirtió en una Cuestión, para
Europa.
Semitas
y orientales
¿Pero
qué es exactamente el semitismo y qué tiene que ver con los
palestinos? Sabemos mucho sobre el antisemitismo
y cómo, en la concepción popular europea y americana, tiene mucho
que ver con los judíos como víctimas suyas. Cada vez más, la
representación euroamericana afirma que musulmanes, árabes y,
a menudo, palestinos, son sus perpetradores. ¿Pero qué es este
semitismo al cual se opone el antisemitismo, al que quiere perseguir,
oprimir? ¿Por qué los reportes recientes –o recuerdos– del
antisemitismo olvidaron la historia del semitismo? ¿Por qué muchas
veces no logran recordar a los semitas en su historiografía? ¿Están
los musulmanes, o específicamente los palestinos como una
metonimia para aquellos, opuestos en esos recuerdos al
semitismo, a los semitas, y si es así, cuál sería la razón de la
oposición? ¿Son en realidad víctimas o perpetradores del
semitismo, o del antisemitismo? La cuestión esencial que quiero
plantear es si el antisemitismo es verdaderamente el enemigo del
semitismo en modo alguno, o si su relación es completamente de un
orden diferente.
Cuando
Edward Said comenzó su estudio del orientalismo, explicó que “por
una lógica casi ineludible, me he encontrado escribiendo una
historia de un copartícipe secreto, extraño, del antisemitismo
occidental. Que el antisemitismo […] y el orientalismo JUL-SEP
2014 ¡Olvidar
el semitismo! 701
se
parezcan tanto entre ellos es una verdad histórica, cultural y
política que basta con mencionarla frente a un árabe palestino
para que se entienda perfectamente su ironía”.6
Aquí
debo recordar que la época en que lo semita se convirtió en
una cuestión era una época en la que muchas de las cuestiones que
Europa tenía que considerar desde finales del siglo xviii en
adelante tenían que ver con el Oriente; no de menor importancia
entre ellas era la cuestión del Imperio Otomano Oriental, cuya
presencia en Europa y la necesidad de expulsarlo de Europa se
codificó como “Cuestión Oriental”. El casi contemporáneo
surgimiento de la “cuestión judía” lidió con la presencia de
otro pueblo, también identificados como “orientales”, que habían
estado presentes por milenios en el corazón de Europa. La
invocación de Said del antisemitismo como el “copartícipe
secreto” del orientalismo, término que toma prestado de Joseph
Conrad,7
es
instructiva. En su famoso relato, Conrad identifica a su “copartícipe
secreto” como a un “segundo yo”, “mi otro yo”, un “doble”
o, como lo pone el propio Said, como a un “espejo”.8
El
oriental y el semita, el orientalista y el antisemita, orientalismo y
antisemitismo, constituyen por lo tanto el uno para el otro su
segundo yo, su doble, y sus reflejos de espejo que siempre deben
leerse y observarse en pareja.
La
categoría de semita la inventaron los filólogos europeos en el
siglo xviii, y en el xix pasó de ser una categoría lingüística a
una racial. Ernest Renan fue quizá uno de los orientalistas más
ilustres que contribuyó al surgimiento de esta transformación. Para
Renan, el “espíritu semítico” tenía dos formas: “La forma
hebraica o mosaica, y la forma árabe o islámica”.9
De
hecho, según tales representaciones, como las resume Said, “los
semitas son monoteístas fanáticos que no han producido
mitología, arte, comercio,ni
civilización; tienen una conciencia estrecha y rígida; en conjunto
representan ‘una combinación inferior de la naturaleza’”.10
Para
Renan (1823-1892), como para los estudios semíticos, o semítica,
como se le llamaba, “El judío es como el árabe y viceversa”.11
A
este respecto, el hecho de que los cristianos medievales, incluidos
los cruzados, se refirieran a los árabes como “sarracenos”, los
descendientes de Sarah, prefigura esta identidad moderna entre
ambos grupos.12
La
construcción del semita fue por supuesto un ardid para la invención
del indoeuropeo, no sólo en términos filológicos, sino además en
términos raciales específicamente, cuando el indoeuropeo se
convierte en el ario. El semitismo, por lo tanto, siempre guarda
relación con europeísmo y arianismo.
6
Edward
W. Said, Orientalism,
Nueva York, Vantage, 1978, pp. 27-28.
7
Agradezco
a Andrew Ruben por advertírmelo.
8
Véase
Joseph Conrad, “The Secret Sharer”, en la compilación The
Nigger of the ‘Narcissus’ and Other Stories,
Nueva York, Penguin Books, 2007, pp. 171-214. Véase también Edward
W. Said, Conrad
and the Fiction of Autobiography,
Nueva York, Columbia University Press, 2008, p. 127. El libro se
publicó por primera vez en 1966.
9
Citado
en Gil Anidjar, Semites:
Race, Religion, Literature,
Palo Alto, Stanford, Stanford University Press, 2008, p. 32.
10
Said,
Orientalism,
p. 142. Traducción tomada de la versión en español: Edward W.
Said, Orientalismo,
trad. de Ma. Luisa Fuentes, Barcelona, Random House Mondadori, 2010),
p. 197.
11
Citado en
Anidjar, Semites,
p. 32.
12
Aquí no
me interesa que esta etimología de los sarracenos sea
necesariamente correcta, sino más bien que muchos la vean como
tal (véase la nota 47). Otras etimologías propuestas sostienen que
“sarracenos” se deriva de la forma árabe “Sharqiyyin”,
que significa “del Este” u “orientales”
(…)
La
astuta concepción de Arendt de la historicidad de la categoría
“semitas” se basa en su insistente recuerdo de que, al menos en
su caso, los judíos ya existían antes de volverse semitas. Aun así,
sin embargo, no cuestiona la sabiduría aceptada de que el
antisemitismo existe en
oposición a
lo semita. Esta es una problemática importante que se debe elaborar
para entender lo que se exige de “nuestra” memoria en relación
con lo semita. ¿Cómo vamos a olvidar o a recordar esta figura
clave del Siglo de las Luces y de la época romántica?
De
hecho las ideas hegemónicas sobre lo semita se elaborarían después,
en el siglo xix, por medio de la influencia del darwinismo
social y los criterios evolucionistas. En estos términos se veía al
árabe y al judío como manifestaciones de una interrupción
evolutiva. Said describe cómo es que los semiticistas
representaron a ambos grupos.
Solo
en los semitas orientales se podía observar el presente y el origen
juntos. Los judíos y los musulmanes, como temas de estudio
orientalista, se comprendían enseguida a la vista de sus orígenes
primitivos: esto era (y hasta cierto punto sigue siendo) la piedra
angular del orientalismo moderno. Renan había afirmado que los
semitas eran un ejemplo de desarrollo detenido y, hablando desde un
punto de vista funcional, esto llegó a significar que para el
orientalismo ningún semita moderno, por muy moderno que se
considerara, podía separarse de sus orígenes.14
Said,
Orientalism,
p. 234. Traducción tomada de la versión en español: Edward W.
Said, Orientalismo,
trad. de Ma. Luisa Fuentes, Barcelona, Random House Mondadori, 2010,
p. 312.
El
desarrollo de la idea semítica era tal que judíos y árabes
llegaron a identificarse a sí mismos como “semitas”,
distanciándose así de su existencia presemítica. Esto tendría
pronto un uso político. De hecho, la inteligencia sionista, que
estableció organizaciones pantalla en Palestina ya desde la
década de 1920 entre judíos y árabes bajo el disfraz de una
amistad árabe-judía (pero que de hecho operó como una máscara
para los colaboradores palestinos con el sionismo), llamó a una
de tales organizaciones “La Unión Semítica”.16
Véase
Hilel Cohen, Army
of Shadows, Palestinian Collaboration with Zionism,
1917-1948,
Berkeley, University of California Press, 2008, p. 25.
Semitas
y antisemitas
Si
la designación de cierta gente como semita fue precisamente un ardid
para la designación de su otro superior como ario, entonces el
semitismo empieza a ser indistinguible del antisemitismo. El acto de
inventar al semita es el propio acto de inventar al portador de dicha
identidad como otro. Es de hecho el acto de crear al antisemita.
Bajo esta luz, el
semitismo siempre ha sido antisemitismo.
El ardid del antisemitismo consiste en habernos hecho creer que hubo
una brecha histórica, una cronología conceptual cualquiera, en la
que existía un semita antes del semitismo, y que hubo semitismo
antes que antisemitismo. Lo que propongo aquí es que esta
historización es en sí misma un efecto
del
propio discurso del semitismo. Esto es en realidad lo que le
faltó a Arendt en su historiografía del antisemitismo (Arendt,
agente de la US-CIA, liada con el filósofo del nasionalsozialismo
Heideger con quien después mantuvo amistad ahasta la muerte, una
historiadora muy celebrada por los „postmodernos“ de „izquierda“
y que pretendió vanalizar el Holocausto, es decir el genocidio nazi
contra los comunistas, judios, gitanos, etc. para tratar de
reconciliarlos con Occidente para la lucha contra el comunismo, nota
nuestra).
15
Louis
Massignon, 1960, citado en Anouar Abdel-Malek, “Orientalism
in Crisis”,
en A. L. Macfir, Orientalism:
A Reader,
Nueva York, New York University Press, 2001, p. 51. Véase Said sobre
Massignon y Berque en Orientalism,
p. 270.
16
Véase
Hilel Cohen, Army
of Shadows, Palestinian Collaboration with Zionism,
1917-1948,
Berkeley, University of California Press, 2008, p. 25.
(...)Hay
que considerar cómo se relaciona el semitismo con los judíos
como punto de partida para entender cómo es que los palestinos
figuran en esta historia. A la luz de la semítica, y basado en sus
taxonomías, el sentimiento antijudío se agrupó en el siglo xix en
una edificación ideológica de la otredad hecha y derecha que se
llamó a sí misma antisemitismo. En contraste con el semitismo,
inventado por cierta clase de intelectuales que eran académicos
y filólogos, el antisemitismo lo inventaron intelectuales de
profesión política y periodística. El término lo acuñó en 1879
un periodista vienés de poca importancia llamado Wilhelm Marr, y
aparecería primero como un programa político titulado La
victoria del judaísmo sobre el germanismo.
Marr tuvo el cuidado de disociar el antisemitismo de la historia
del odio cristiano a los judíos basado en la religión, y
enfatizó en concordancia con la semítica y las teorías raciales
vigentes en ese tiempo que la distinción que había que hacerse
entre judíos y arios era estrictamente racial.1717
Véase
Bernard Lewis, Semites and Anti-Semites: An Inquiry into Conflict and
Prejudice, Nueva York, Norton, 1986, p. 94.
En
el mundo europeo y su extensión americana, en donde las teorías
raciales se convirtieron en el árbitro de derechos y privilegios
para la segunda mitad del siglo xix, muchos judíos abrazaron el
relato del origen semítico “como una forma de establecer el
impacto positivo de su grupo en la historia mundial”. En
Estados Unidos, los filántropos judíos harían donaciones a
los departamentos de semítica en las universidades para “asegurar
el reconocimiento adecuado”.18
Según
el historiador Eric Goldstein, “durante el siglo xix la afirmación
del origen ‘semítico’ se había vuelto una especie de medalla de
honor para los judíos estadounidenses que les permitió
rastrear su herencia hasta los albores de la civilización y tomar
crédito por colocar los cimientos éticos de la sociedad
occidental”.19
Recordar
el origen semítico, por lo tanto, formaba parte del proceso de
olvidar la operación activa de inventar este origen mismo por parte
de los filólogos.
18
Eric
Goldstein, The
Price of Whiteness: Jews, Race, and American Identity,
Princeton, Princeton University Press, 2006, p. 20.
19
Ibid.,
p. 108.
Sin
embargo, esto cambiaría considerablemente en el siglo xx,
especialmente luego de que los científicos empezaran a atribuir un
origen africano a los semitas (…) De hecho, con la creciente
identificación de los semitas con África, algunos judíos que
buscaban una asimilación total con la condición de blancos
empezaron a replegar su afirmación y la olvidaron completamente en
favor de otro recuerdo. Martin A. Meyer, un rabino reformista en San
Francisco y académico de estudios semíticos, sintió la necesidad
en 1909 de declarar que los judíos estadounidenses compartían
más con los estadounidenses blancos no judíos de lo que compartían
con “el árabe del desierto, el verdadero representante del mundo
semítico de antaño”, o incluso con los judíos de Medio
Oriente.21
Citado
en ibid.,
p.109.
(...)Otro
rabino reformista, Samuel Sale, añadió que “(...)de que sólo
alrededor de 5% de todos los judíos llevan la marca característica
del origen semítico sobre su cuerpo”.23
Citado
en ibid.
Aquí
el acto de repudio no es sólo psíquico, sino decididamente
fisiológico, cuando se dicta a los cuerpos olvidar sus orígenes
con excepción de algunas huellas restantes.
(…)
Sin embargo, la explicación sionista predominante para la
condición de los judíos en Europa diferiría de la de Estados
Unidos, al grado de que los sionistas europeos (...) aceptaron
descripciones (anti)semíticas de los judíos, mismas que explicaron
recurriendo a la historia judía de la persecución y no
necesariamente a las características raciales innatas.
El
sionismo se predicó sobre la doble operación de recordar y olvidar:
pues el sionismo estipulaba por un lado que los judíos modernos
debían recordar su pertenencia a un pueblo, que los hebreos eran sus
ancestros y que la cultura hebrea había sido siempre su patrimonio,
al que podían ahora acceder mediante la Ilustración europea, y que
Palestina era su antigua tierra natal a la que habían de regresar;
mientras que por el otro lado insistían en que los judíos modernos
debían olvidar sus identidades y culturas judías europeas como
predecesoras históricas de su identidad actual y olvidar que
Palestina seguía teniendo una población no judía ni hebrea hasta
ese momento(...)Es en la adopción del nacionalismo como solución
–o más precisamente, disolución–
de la cuestión judía que el sionismo asimiló la forma más
importante de la vida política desencadenada por la Revolución
francesa. Si el semitismo y el antisemitismo insistieron en que
los judíos no eran ni arios ni europeos, sino que eran una raza
aparte y una nación aparte, el sionismo no podía estar más de
acuerdo. Su proyecto transformador también incluiría a los
palestinos, a quienes buscó transformar en judíos en una
desplazada geografía de antisemitismo.25
Esta
maniobra garantizaría además que la figura del semita, como
siempre ya un valor negativo, se preservara y que al mismo tiempo se
identificara únicamente con y se desplazara hacia el árabe.
Aquí,
Arendt, quien captó mejor que la mayoría la posición estructural
de los judíos en las sociedades cristianas europeas, seguiría
confundiendo la posición de palestinos y judíos en relación con
los cristianos europeos en términos más generales. Su insistencia
en el principio nacional de definir a los judíos como un pueblo
dominó gran parte de sus discusiones.26
Declara
que “desde los días en que los nobles polacos invitaron a los
judíos a su país para actuar como recolectores de impuestos,
como intermediarios con los campesinos a los que pretendían
exprimir, jamás hubo una coordinación de intereses tan ideal, una
cooperación tan ideal. En aquellos días, los judíos llegaron con
regocijo por la convergencia de tantos intereses e ignorantes de
su futuro papel. No sabían más sobre los granjeros polacos de lo
que los oficiales sionistas sabían sobre los árabes antes de
la Declaración Balfour. En aquellos días el judío de Europa
Central huía de los pogromos de la baja Edad Media hacia un paraíso
del Este con intereses convergentes, y aún hoy seguimos huyendo
de las consecuencias de aquello”.27
La
ubicación de Arendt de los palestinos en la misma posición
estructural que los campesinos polacos es instructiva a la vez que
está mal manejada: su descripción de “judíos” como
recolectores de impuestos delata su perspectiva historiográfica
nacionalista al igual que su acusación sobre la ignorancia de
los oficiales sionistas con respecto a los árabes palestinos delata
una ignorancia de la historia sionista. La mayor limitación
conceptual en los textos de Arendt sobre judíos y sionismo, sin
embargo, es su creencia persistente de que el sionismo y el
asimilacionismo son opuestos en lugar de complementarios. A
pesar de sus incisivas críticas
25
Elaboro
este proceso en Joseph Massad, “The Persistence of the Palestinian
Question”, Cultural
Critique,
núm. 59, invierno, 2005, pp. 1-23.
26
Sobre la
compleja relación de Arendt con el sionismo, véase Richard J.
Bernstein, “Hannah Arendt’s Zionism?”, en Steven E. Aschheim,
(ed.), Hannah Arendt
in Jerusalem,
Berkeley, University of California Press, 2001, pp. 194-202.
27
Hannah
Arendt, “Antisemitism”, en Arendt, The
Jewish Writings,
pp. 58-59.
(...)
de
las prácticas sionistas, su mayor fracaso fuel el de insistir en
recordar a los hebreos como ancestros de los judíos y el de
reificar transhistóricamente a los judíos europeos como pueblo. Que
el sionismo haya buscado normalizar a los judíos fue un proyecto que
Arendt apoyó celosamente; incluso invocaría El
castillo de
Kafka para robustecer su argumento. Su entusiasmo por la
quintaescencia de la institución sionista radicalmente
separatista, el kibutz (a lo que Domenico Losurdo se refiere como,
citando a una Arendt previa y antisionista, como “socialismo de
raza dominante”),28
se
debió a la actuación del kibutz como una institución que
transformaría a los judíos de semitas con un valor negativo a
europeos normalizados con uno positivo. Ella lo celebra como el
“más grande logro” del sionismo, a saber, por su “creación
de un nuevo tipo de hombre y una nueva élite social, el nacimiento
de una nueva aristocracia que difirió enormemente de las masas
judías dentro y fuera de Palestina en hábitos, costumbres,
valores y forma de vida, y cuya demanda por el liderazgo en
cuestiones morales y sociales fue claramente reconocida por la
población [judía en Palestina]”.29
Que
el sionismo haya transformado al judío en lo que un psicólogo
israelí, Benyamin Beit-Hallahmi, llamó el “antijudío”, y al
palestino en el judío, no disuadió a Arendt de apoyar esta idea
central sionista.
¿Pero
cómo se efectuó esta transformación de los palestinos? Es en la
coyuntura del semitismo que Edward Said ubica su intervención.
Afirma que “lo que no se ha destacado bastante en las historias del
antisemitismo moderno ha sido la legitimación de tales
designaciones atávicas por parte del orientalismo, y […] la forma
en que esta legitimación académica e intelectual ha persistido
hasta la época moderna en discusiones sobre el islam, los árabes o
el Oriente Próximo”.30
En
su libro Semitismo
y antisemitismo,
Bernard Lewis declara que “a veces se extiende el argumento de que
los árabes no pueden ser antisemitas
porque ellos mismos son semitas. Tal declaración es evidentemente
absurda en sí misma, y el argumento que la apoya es defectuosa en
dos sentidos. Primero, el término “semita” no tiene significado
alguno si se aplica a grupos tan heterogéneos como los árabes o los
judíos, y de hecho podría argumentarse que el uso de dicho término
es en sí mismo un signo de racismo y seguramente también de
ignorancia o de mala fe”. Concuerdo completamente con Lewis y
agrego que se puede decir algo similar sobre los judíos. De hecho,
para hacerle eco a Lewis, el frecuente argumento de que los judíos
no pueden ser antisemitas porque ellos mismos son semitas se refuta
sobre las mismas bases de la absurdidad del término semita cuando se
aplica a un grupo heterogéneo como los judíos, como argumenta
él mismo.
Lewis,
sin embargo, añade un calificativo para volver insostenible el
uso que acabo de hacer de su argumento. Sostiene que la segunda razón
por la cual el argumento es defectuoso es que “nunca en ningún
lado el antisemitismo se ha ocupado más que de los judíos, y por lo
tanto está disponible como opción tanto para los árabes como para
otros pueblos si así lo escogen”.31
Pero,
como han revelado las historias del sionismo, el antisemitismo
siempre ha estado disponible para aquellos judíos que buscan
diferenciarse ellos mismos y asimilarse a la normatividad cristiana
protestante europea rechazando al semita de dentro, es decir, a su
judeidad percibida –y al semita de fuera, es decir, al árabe
oriental como fue elaborado por el orientalismo–.
28
Domenico
Losurdo, Liberalism,
Liberalism: A Counter-History,
trad. de Gregory Elliott, London, Verso, 2011, p. 180.
29
Arendt,
“Peace of Armistice in the Near East?”, en Arendt, The
Jewish Writings,
443.
30
Said,
Orientalism,
p. 262.
31
Bernard
Lewis, Semites
and anti-Semites,
p. 117.
En
la primera mitad del siglo xx, el antisemitismo se seguiría
enfocando en la figura del judío mientras que su doble, el
orientalismo colonial, se enfocaría en el árabe y el musulmán,
a menudo fusionados, como el semita de elección. En los albores del
holocausto nazi y el fin del colonialismo, ambos se replegarían,
aunque sólo de forma temporal. Pronto el antisemitismo y el
orientalismo resurgirían con un principal objetivo semítico
racializado, el árabe y el musulmán, vistos como uno en esta
economía racialista. Este momento transformador en Europa y América,
que se consolidó durante y después de la guerra de 1967, pronto
cobraría ímpetu. Llegó a ser tanto, que a principios de la guerra
de 1973 y del embargo petrolero se empezó a representar a los árabes
en Occidente, según observó Said, como poseedores de “claros
rasgos ‘semíticos’: narices de gancho afiladas, la malévola
sonrisa bigotuda en sus rostros, eran obvios recordatorios (para una
amplia población no semítica) de que los ‘semitas’ estaban
en el fondo de todos ‘nuestros’ problemas, que en este caso
consisten principalmente en
una escasez de petróleo. La transferencia de la animadversión
popular antisemítica de un objetivo judío a uno árabe se dio
paulatinamente, pues la figura era esencialmente la misma”.34
Aquí
Said despliega la historia del antisemitismo para ilustrar los
hallazgos sobre la historia del árabe, y específicamente del
palestino. Para dejar claro a qué se refiere, Said declara que al
representar al árabe como un “valor negativo” y un “perturbador
de la existencia de Israel y de Occidente […] como un obstáculo
superable para la creación de Israel en 1948”, lo que producen las
representaciones orientalistas y antisemíticas es cierta concepción
del árabe que está ontológicamente ligada al judío: “por ahora
se concibe al árabe como una sombra que persigue al judío. En esa
sombra –porque árabes y judíos son semitas orientales– se puede
colocar cualquier desconfianza tradicional, latente, que un
occidental sienta frente al oriental. Así el judío de la
Europa prenazi se ha bifurcado: lo que tenemos ahora es un héroe
judío, construido a partir de un culto reconstruido del
orientalista-aventurero-pionero […], y su insidiosa,
misteriosamente aterradora sombra, el árabe oriental”.35
Con
estas observaciones, Said recuerda a sus lectores el (anti-)semitismo
que invade todas las representaciones de los árabes. Si los
antisemitas concibieron a los judíos como proveedores de
corrupción, como banqueros que controlan el mundo, subversivos
comunistas y envenenadores de los pozos cristianos, los árabes y
musulmanes ahora se representan como depositarios del control del
mercado del petróleo, surtidores de odio y corrupción de la
civilizada sociedad cristiana, terroristas violentos y posibles
asesinos en masa, no ya con veneno, sino con armas nucleares,
químicas y biológicas.
El
análisis de Said nos exhorta a no recordar u olvidar el
orientalismo, al musulmán, al árabe y finalmente al palestino
sin acordarnos de olvidar la historia judía europea y la
historia del antisemitismo europeo en el contexto del colonialismo
europeo, que hicieron y siguen haciendo posibles todas estas
transformaciones históricas
34
Ibid.,
286.
35
Loc.
cit.JUL-SEP
2014 ¡Olvidar
el semitismo! 713
( sigue en próxima entrega)