REDACCIÓN AND
25 DE OCTUBRE 2022
Editorial semanal – Salvar como, ¿qué democracia?
Foto: Y Base de datos
La última encuesta de Datafolha (20/10) registró un empate técnico entre el ultrarreaccionario Bolsonaro y el Pelegão Luiz Inácio (45% contra 49%, respectivamente). Alborotados los oportunistas, revisionistas y todo el monopolio de la prensa de la derecha liberal, claman -abierta o subliminalmente- que las masas populares suscriban el “pacto nacional para salvar la vieja democracia”, eligiendo al PT. Y la mayoría de los pobres y hasta los sectores medios, aplastados todos, les responde: “¿Ahorrar qué? ¿Como?".
Sí. Las masas populares profundas no experimentaron la democracia, tantas veces enunciada en declaraciones encabezadas por la Fiesp-Febraban, bajo las trompetas de la Rede Globo y con los suspiros admirados de los oportunistas y revisionistas de la falsa izquierda electoral. Repetimos: esta palabra es un concepto vacío, los gritos de amenaza en su contra no mueven los rincones de las metrópolis y del país. Y no es que las dos terceras partes de la población que no quiere votar por Luiz Inácio sean indiferentes o apoyen, en su totalidad, al régimen militar. Aunque reflexionen sobre el resentimiento por los atroces ataques de Bolsonaro y sus antecesores contra los derechos democráticos y sus intereses fundamentales (hacen sus cálculos, ¡y cobrarán caro!), las masas no ven en la vieja democracia un vehículo para sus intereses, sino que, por el contrario, lo ven como el régimen en el que se prometió todo, se entregó casi nada y se les quitaron muchos derechos, tal cual. Cosas básicas, logradas a mediados de los años 50 (como los derechos laborales y de seguridad social), se fueron por el desagüe en el curso de unos simples 30 años de “Estado Democrático de Derecho” con el 'Constituyente Ciudadano' y todo, bajo los sucesivos administración de todos los partidos del antiguo orden, de derecha, centro e “izquierda”, sin que nada cambie.
Las masas más conscientes rechazan todo el sistema político, boicoteándolo (más de 49 millones en la primera vuelta), aunque están desconcertadas por el hecho de que la vía democrática revolucionaria aún es débil. Quienes votan por Luiz Inácio lo hacen por repulsión al retorno del régimen militar, que él representa. Quienes votan por Bolsonaro creen que el sistema, que siempre los ha masacrado, no lo deja gobernar y hacer las “bondades” que propaga, además de ser chantajeado por la cruel manipulación de sus costumbres y creencias. ¿O qué explica la elección, en 2018, de un diputado vagabundo y terrorista fallido para presidente, bajo la falsa retórica “antisistema”? ¿Qué explica que el mismo, desmoralizado por su probada ineptitud, corrupción y dudoso carácter, siga con el primer puesto, cuya principal bandera es la “defensa de la democracia”?
Por eso, cierto sector pequeñoburgués adinerado, movido por los ataques de la extrema derecha contra el régimen político de esta falsa democracia, se indigna con las masas y las insulta por no votar o por no seguir el discurso del PT, sin entender su propio ignorancia. ; sin entender que la democracia como “valor universal” que tanto pretenden defender no significa nada para las amplias y profundas masas, porque no existe como tal; lo que existe es una dictadura de bolsa, como decía Lenin, enmascarada por el sufragio universal y el mantenimiento de fragmentos de derechos democráticos, revocables a cualquier necesidad desde arriba, y que son más evidentes para las capas sociales más acomodadas. Para la base de la pirámide, para los simples mortales, incluso tales fragmentos rara vez existen. Esta es la dura realidad que hay que entender.
¿Son prescindibles los derechos democráticos, las libertades civilizadoras, incluso si existen en ruinas? De ninguna manera. Son fundamentales, porque las masas populares las necesitan y las exigen, como lo demuestran las numerosas protestas contra las ejecuciones sumarias de jóvenes en las favelas y las numerosas tomas de latifundios por parte de campesinos, que reclaman su derecho a la tierra. Sin tales derechos y libertades, la lucha por la emancipación del simple trabajador, del simple campesino, sería más difícil. La pregunta es: ¿cómo defenderlos?
No es posible defenderlos a través de la vieja democracia, la farsa electoral, votando por uno con el pretexto de “frenar el fascismo”. Porque el crecimiento de la extrema derecha, que más amenaza las pocas libertades democráticas, es el resultado de la crisis de descomposición del estado reaccionario y del fracaso y desmoralización de la vieja democracia de la que el oportunismo es parte consciente. Apelar a las masas a creer en la vieja democracia es lo mismo que arrojarlas al regazo de un vil golpe de Estado; primero, porque volver a ilusionarse con la vieja democracia favorecerá el golpe, ya que esta “democracia” también ataca los intereses de las masas y les quita sus derechos, siendo inevitable el desengaño; segundo, porque la creencia en la vieja democracia los desarma ideológica y políticamente, haciéndolos rehenes de la falta de preparación para resistir. ¿La extrema derecha, civil y militar, armada hasta los dientes y frustrada por una eventual derrota, desaparecerá como por arte de magia una vez que se anuncien los resultados? ¿Y las leyes de excepción, que se hicieron habituales con el pretexto de combatir el bolsonarismo, no serán utilizadas contra los verdaderos demócratas por este poder judicial aristocrático y reaccionario? Los generales golpistas, que hasta ahora guardan silencio sobre la “seguridad de las urnas” para chantajear a la Nación, ¿se convertirán, por obra divina, en fieles seguidores de la ley? ¿Acaso un eventual gobierno del oportunismo, debilitado por la desmoralización, elegido por una minoría ya pesar de cierto entusiasmo, no será totalmente rehén de los generales golpistas, quienes ofrecerán apoyo, a cambio de gobernar de hecho? ¿Y gobernar para quién? Esto es lo que puede ofrecer esta farsa electoral.
Sólo el boicot electoral, revolucionario, que combina la experiencia sensible de las masas con la claridad científica del marxismo sobre la naturaleza del viejo Estado, puede demostrarles la necesidad de imponer su voluntad a través de la lucha decisiva por sus intereses y derechos fundamentales, sin ninguna consideración por los elegidos, quienes quiera que sean. Sólo un nuevo régimen social, de Nueva Democracia bajo la dirección del proletariado, puede garantizar y ampliar al infinito los derechos y libertades, por grandes que sean las inevitables adversidades para la reconstrucción de un país. El proletario consciente, el campesino ilustrado, comprendió hace mucho tiempo esta verdad, y muchas de estas masas ya se están moviendo en esa dirección. ¿creer? Esta es la realidad que es tan difícil de entender para la intelectualidad progresista, y cuya comprensión facilitaría su lucha por la verdadera democracia, por la verdadera libertad.