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Año XVII, nº 219 - 1ª quincena de enero a 1 de febrero de 2019
Bolsonaro hizo su campaña repitiendo la mantra de ser "contra todo lo que está ahí" (lo establecido). Pescador de aguas turbias, cabalgó a cuesta de la insatisfacción de las masas ya descreídas de obtener de la gestión petista cambios efectivos que acabaran con el desempleo y den condiciones dignas de educación, salud y seguridad.
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Después de la "cuchillada", salió del palco a las redes sociales a proclamar ser un enviado de dios, que "acababa de salvar su vida". Con el respaldo del "todo poderoso" del cielo y del "todo poderoso" de la tierra (el mercado), Bolsonaro fue cercado por los altos mandos de las Fuerzas Armadas reaccionarias, que ya habían puesto en marcha el plan de un golpe militar preventivo ante la inevitable rebelión de las masas, del pueblo ya cansado de tantos desmanes, injusticias y putrefacción.
Electo, como de costumbre, entregó al mercado la conducción de la política económica, esta hecha por las manos de un aventurero especulador, sabueso declarado del imperialismo yanqui. Tal fue el anhelo entreguista de Paulo Guedes que en diez días de administración aparecieron las primeras trompadas con la demagogia pseudo-nacionalista de Bolsonaro. Véase el caso de Embraer.
La conformación de un gobierno tutelado por los altos mandos de las Fuerzas Armadas para llevar al extremo la subyugación nacional, lejos de ser una panacea, sólo hará agravar la más profunda crisis del capitalismo burocrático, base de toda la crisis política y moral en la que se arrastra Brasil . La centralización de la política económica en manos del luminoso mercantiflero ya deja en sobresalto la propia derecha esclarecida que maneja los monopolios de la prensa. Investido con los superpoderes al agente yanqui y sheriff de la Lava Jato, la cruzada moralizadora que agudizó la crisis en el seno de las clases dominantes locales ahora profundizará la pobreza y la miseria para los trabajadores y su más cruel represión con el régimen policiaco.
Como hizo Bolsonaro, en su primer día, rebajando el valor del salario mínimo, otras medidas ya están gatilladas para exacerbar la explotación de la fuerza de trabajo y el empeoramiento de la asistencia social, la educación, la salud y la mayor militarización de los lugares donde mora el pueblo, con el consiguiente aumento de la represión y genocidio de los pobres, dando riendas sueltas a las prácticas e instintos sanguinarios en las que las Fuerzas Armadas se adiestraron en Haití.
Al declarar que la cuestión ideológica es principal a la corrupción (entendiendo la cuestión ideológica como las cuestiones de "género", lo "políticamente correcto" y el "marxismo cultural"), además de la defensa de la entrega de territorio patrio para base militar yanqui, Bolsonaro usa todo esto como cortina de humo para encubrir el continuismo de la política del "toma allí-da aquí" ("toma y daca") y para forjar la justificación ideológica a su proyecto vende-patria verde-amarillo.
Como mnuestran las encuestas de opinión, el pueblo brasileño repudia esta nefasta y arraigada aproximación lacaya con los EE.UU, que abrió demasiado el juego e irritó a los cuarteles, desde los que abominan tal acto hasta los que, en los altos mandos, toman parte de éstas tratativas de traición a la patria, pero se disimulan en la búsqueda de formar opinión pública para la consecución del crimen.
Al dar prioridad a la construcción de cárceles en vez de invertir en la creación de empleo, cuya falta ya condena a 27 millones de brasileños, Bolsonaro y Moro, apuntan tan sólo con las políticas represivas a las consecuencias de una sociedad semicolonial y semifeudal, jugando a la platea con el drama en que ya se ha convertido la seguridad pública. La gravedad de la crisis, que va más allá de la crisis fiscal del viejo Estados, es usada oportunísticamente para acelerar la "reforma de la previsión", la destrucción de la Seguridad Social para imponer el sistema privado de seguridad entregado a los bancos.
Las clases dominantes locales-grandes burgueses y latifundistas- y los imperialistas, principalmente yanquis, saben que ya no pueden mantener su dominación sin una nueva reestructuración de su viejo Estado, sea ella en los moldes constitucionales de centralización absolutista del poder en el Ejecutivo, o se ésta en los moldes del fascismo abierto. En este intento parece que, más temprano que tarde, tendrán que rasgarse otra vez sus vestiduras y su velo democrático. En el problema agrario-campesino (ruptura o mantenimiento del sistema latifundista de propiedad de la tierra) y nacional (mantenimiento de la subyugación nacional o nacionalización de la banca, de la industria, del transporte, del comercio exterior, producción nacional, investigación y desarrollo tecnológico, todo de forma autocentrada y autosustentada) está el nudo gordiano de la tragedia nacional.
La experiencia política nacional de los sucesivos gobiernos de turno, de los más diferentes partidos, ha resultado en fracasos y frustración de las masas populares en sus anhelos más mínimos. Esto ha llevado crecientemente a grandes contingentes a darse cuenta de que sólo el fin de este sistema de explotación y opresión podrá satisfacer sus necesidades básicas materiales, espirituales y las de una nación liberada y justa. Los engaños electorales y mesiánicos sólo pueden posponer su necesario final, pero con eso sólo represan más, fermentan y potencian la rebelión.
Por lo tanto, los graves problemas de nuestro país tienen raíces profundas, siendo la cuestión democrática y nacional más atravesada de nuestra historia, pendiente de solución. La demanda por esta solución sólo hace crecer e inmensa es la acumulación de energía para convertirla en hechos. Sólo la revolución democrática profunda y radical puede darle caudal y realización. Tal situación es independiente de la voluntad de quien sea. Por eso el imperialismo, principalmente yanqui, y sus lacayos de la colonia, especialmente sus gendarmes de los altos mandos de las Fuerzas Armadas que cultiva el enfermizo anticomunismo, tiemblan frente a la simple idea de la revolución. Por eso mismo necesitan demonizarla hasta el agotamiento.
La crisis política no terminó (se equivocan los que hablan de "unión nacional"), solo apenas cambió su calidad. El advenimiento del gobierno Bolsonaro trajo al centro de esa crisis el último bastión de sustentación del caduco sistema de explotación y opresión en franca descomposición: las Fuerzas Armadas, a través de sus altos mandos. El fracaso inevitable del actual gobierno y régimen en gestación será de los que, en última instancia, son los responsables de la tragedia brasileña, muy al contrario de lo que predican a los cuatro vientos. Todo la podredumbre que resulta de esto es por la carencia de una revolución democrática triunfante, cuyas tentativas a lo largo de nuestra historia han sido aplastadas por esta gendarmería de hierro, fuego y sangre. Tal crisis dará inicio también al fin de su mistificación patriotera de defensora del pueblo y de la patria.
Además, las contradicciones del actual régimen en conformación no son pocas y tampoco son tan pequeñas. La fracción compradora de la gran burguesía domina con Paulo Guedes, pero la fracción burocrática tiene en los generales "nacionalistas" a sus portavoces presentes en la dirección del gobierno. Bolsonaro se tambalea entre las dos. ¿Hasta dónde y cuándo, gobernando sólo con diatribas, será de valía para el plan contrarrevolucionario en marcha de los que empalmaran a su gobierno para llevarlo a cabo?
¡La lucha de clases, señores, continúa, y en un nuevo nivel!