SEXTA CONFERENCIA1
LA REVOLUCION ALEMANA
EL tema de la conferencia de esta noche es la Revolución
Alemana.
En las conferencias precedentes, he expuesto los aspectos
principales del proceso de generación, de incubación de la Revolución Alemana.
He dicho ya que la guerra no fue popular en Alemania; que el
gobierno alemán condujo la guerra con el viejo criterio de guerra relativa, de
guerra militar, de guerra no total; que el gobierno alemán no supo crear
ningún mito popular capaz de asegurarle la adhesión sólida de las clases
populares: y que la guerra fue presentada al pueblo alemán exclusivamente como
guerra de defensa nacional. Mientras el gobierno alemán mantuvo viva la
esperanza de la victoria; mientras ningún fracaso militar desacreditó su
aventura; mientras pudo evitar al pueblo el hambre y las privaciones,
consiguió que la opinión pública sufriese, sin rebelión, la guerra. Pero no
consiguió apasionar a las masas por sus ideales imperialistas. La guerra no era
popular en el proletariado. Los intelectuales, la inteligencia alemana, se
pusieron, en su mayoría, al servicio de la guerra, al servicio de la agresión,
y crearon una cínica, una delirante literatura de guerra.
Los poetas alemanes cantaron la guerra y denigraron la paz.
Tomás Mann escribió: «El hombre se malogra en la paz. El reposo perezoso es la
tumba del corazón. La ley es la amiga del débil; ella quiere aplanarlo todo;
si ella pudiera, achataría al mundo; pero la guerra hace surgir la fuerza».
Heinrich Vierordt escribió su Deutschland, hasse (Alemania,
odia). El profesor Ostwald escribió: «Alemania quiere organizar Europa,
pues Europa hasta ahora no ha estado organizada».
Finalmente, los famosos 93 intelectuales alemanes
suscribieron aquel célebre manifiesto auspiciando y defendiendo, servilmente,
la guerra alemana. Pero, no obstante toda esta literatura bélica, únicamente
la burguesía y la pequeña burguesía deliraron de nacionalismo. El proletariado
declaró apoyar la guerra no por convicción, sino por deber. El proletariado no
suscribió nunca los cínicos conceptos de los intelectuales burgueses y pequeño
burgueses.
Además, casi desde el primer momento, apenas pasado el
período de intoxicación y de confusión de la declaratoria, se alzaron en
Alemania algunas honradas y valientes voces de protesta.
Cuatro sabios alemanes tomaron posición contra los
noventitrés intelectuales del manifiesto y publicaron un contramanifiesto. Ya
os he hablado de estos cuatro sabios que fueron el físico Einstein, el
fisiólogo Nicolai, el filósofo Buek y el astrónomo Foerster. El poeta Hermann
Hesse, asilado como Romain Rolland en Suiza, escribió un canto a la paz y un
llamado a los pensadores de Europa, invitándolos a salvar lo poco de paz que
podía todavía ser salvado y a no saquear, ellos también, con su pluma el porvenir
europeo. La revista Die Weissen Blaetter2 fue un hogar de los intelectuales alemanes
fieles a la causa de la unidad moral de Europa y de la civilización
occidental. Y varios líderes del proletariado, Karl Liebknecht, Rosa
Luxemburgo, Kurt Eisner, Franz Mehring, Leon Joguiches y otros más,
reaccionaron contra la guerra y denunciaron su meta imperialista y
contrarevolucionaria. Carlos Liebknecht, fue uno de los catorce diputados
contrarios a los créditos de guerra el 4 de Agosto; pero estos catorce
diputados no votaron contra los créditos en el Parlamento sino en el seno del
grupo socialista parlamentario.
La gran mayoría del grupo acordó votar los créditos. Y los
catorce diputados de la minoría, Carlos Liebknecht entre ellos, resolvieron
someterse a la decisión de la mayoría. Pero Carlos Liebknecht sintió muy
pronto la necesidad de salvar su propia y personal responsabilidad de líder y
de intelectual socialista. Y en diciembre de 1914 votó contra los nuevos
créditos de la guerra; sin hacer caso de la voluntad del grupo socialista
parlamentario.
Por supuesto, dentro y fuera del Reichstag,3 del parlamento alemán una tempestad se desencadenó
contra Carlos Liebknecht. Y en enero de 1915 Carlos Liebknecht fue movilizado
en el ejército. Se le envió a Kustrin. Liebknecht se negó a aceptar el fusil.
Se le trasladó entonces a una compañía de obreros, de sospechosos, a Lorena.
Luego se le mandó al frente de Rusia. Y, desde el frente, Carlos Liebknecht
escribió a sus hijos el 21 de diciembre: "Yo no dispararé". Asistió
aún, a otras sesiones del Reichstag, donde nuevamente insurgió repetidas veces
contra el gobierno alemán y contra la guerra. Los clamores de la Cámara
cubrieron, ahogaron, acallaron invariablemente su voz solitaria y heroica.
Pero Carlos Liebknecht no renunció a su propaganda, unido a Rosa Luxemburgo, a
Franz Mehring, a Clara Zetkin, escribió aquellas célebres cartas, suscritas con
el seudónimo de Spartacus,4 que más tarde fue el nombre del Partido
Comunista Alemán.
El 19 de Mayo de 1918 se realizó en Berlín la primera
demostración pública contra la guerra. Carlos Liebknecht, disfrazado de civil,
asistió a ella. Fue arrestado y procesado por traición a la Patria. El tribunal
militar lo condenó entonces cuatro años de trabajos forzados. Un año más tarde,
la revolución le abrió las puertas de la cárcel. La figura de Liebknecht, como
vemos, no era la única en las filas dirigentes del proletariado alemán que
luchaba contra la guerra.
Al lado de Liebknecht se agrupan varias figuras gloriosas.
He mencionado ya a Rosa Luxemburgo, a Clara Zetkin, a
Eugenio Levinés. Todos estos líderes reconocieron que su deber era combatir a
la guerra, como reconocieron, más tarde, que su deber era llevar a su meta
final la revolución. Todos ellos militaron, con Carlos Liebknecht, en el grupo
Spartacus, célula inicial del Partido Comunista Alemán. Pero de su conducta
durante la revolución misma me ocuparé oportunamente. Ahora no está en examen
sino su conducta durante la pre-revolución, porque, basándome en ella, estoy
sosteniendo que existía en el movimiento proletario alemán un ambiente
distinto acerca de la guerra que en el movimiento proletario en las naciones
aliadas. Un numeroso núcleo de opinión proletaria, reprimido, es verdad, marcialmente
por la acción del gobierno, luchaba por rebelar contra la guerra al
proletariado alemán. Y los cien diputados del socialismo alemán, la mayoría de
los líderes de la socialdemocracia, no podían dar a la guerra una adhesión
ardorosa, un apoyo incondicional. La burguesía y la clase media alemanas
peleaban por los ideales del militarismo prusiano, por el dominio del mundo,
por el Deutschland Uber Alles,5 por el ubervolk,6 por el sometimiento de Europa a la organización
alemana; pero el proletariado alemán, conforme a las palabras de orden de sus
líderes mayoritarios, no peleaba sino por un interés de defensa nacional. El
proletariado alemán no sentía la necesidad absoluta de la guerra jusqu'au bout,7 de la guerra hasta el fin, de la guerra absoluta
y, sobre todo, hasta el anonadamiento total del enemigo.
Wilson y su propaganda democrática, Wilson y sus Catorce
Puntos, Wilson y sus ilusiones de un nuevo código de justicia internacional, encontraron,
por consiguiente, en el frente alemán, un frente permeable, un frente
vulnerable, un frente franqueable. Ya he dicho la resonancia revolucionaria
que tuvo en el pueblo el programa wilsoniano. Desde que al pueblo austríaco le
fue dicho que los aliados no combatían contra ellos sino contra sus gobiernos,
desde que les fue asegurado que no se les impondría una paz de anexiones, ni de
indemnizaciones, el pueblo alemán y el pueblo austríaco empezaron a sentir cada
vez menas la necesidad de la guerra. Además, como ya he dicho también, la
propaganda Wilsoniana estimuló y despertó en las nacionalidades encerradas en
el Imperio Austro-Húngaro viejos y arraigados ideales de independencia
nacional.
Y, de otra parte, la Revolución Rusa repercutió también
revolucionariamente en el proletariado austríaco y en el proletariado alemán.
Dos propagandas se juntaron para minar y franquear el frente austro-alemán: la
propaganda democrática de Wilson y la propaganda maximalista de los
bolcheviques.
Los efectos de estas propagandas tuvieron que manifestarse a
continuación del primer quebranto militar austro-alemán. La ofensiva italiana
en el Piave encontró al ejército austríaco mal dispuesto al sacrificio.
Las tropas checoeslovacas capitularon casi en masa. Y en el
frente alemán, la noticia de este desastre y la ofensiva francesa, desencadenaron
la explosión de los gérmenes revolucionarios durante tanto tiempo acumulados.
El pueblo alemán y el ejército alemán manifestaron su
voluntad de paz y de capitulación. E insurgieron contra el Kaiser y la
monarquía, contra el régimen responsable de la guerra, culpable de la derrota.
Deslindaron la responsabilidad del gobierno y del pueblo alemán. Y barrieron a
la monarquía y a todas sus instituciones.
El 9 de noviembre de 1918, a poco más de un año de distancia
de la Revolución Rusa, se produjo la Revolución Alemana. La historia de los
acontecimientos de esos días es conocida. Estalló una huelga revolucionaria en
Kiel y Hamburgo. Se insurreccionaron los marineros, quienes en automóviles
marcharon sobre Berlín. La huelga general fue proclamada. Las tropas se negaron
a reprimir al proletariado insurgente. El Kaiser abdicó y abandonó Berlín. Y
los revolucionarios proclamaron la República en Alemania. La revolución tuvo en
ese instante un carácter netamente proletario.
Se constituyeron en Alemania los consejos de obreros y
soldados, los soviets en suma. Y se formó un ministerio de socialistas
mayoritarios. Pero este ministerio no comprendió al ala izquierda del
socialismo, al grupo de Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Franz Mehring, Clara
Zetkin, etc., contrario a un compromiso con los socialistas mayoritarios que
habían amparado la guerra. Más aún, entre el grupo de Carlos Liebknecht y Rosa
Luxemburgo y los socialistas gobernantes se abrieron rápidamente las
hostilidades. Carlos Liebknecht fundó la Unión Spartacus, el Partido Comunista
Alemán y el órgano periodístico de los espartaquistas Die Rote Fahne (La Bandera
Roja).
Los espartaquistas propugnaron la realización del socialismo
a través de la dictadura del proletariado, del gobierno de los soviets. Reclamaron
la confiscación de todas las propiedades de la Corona en beneficio de la
colectividad; la anulación de las deudas del Estado y los empréstitos de
guerra; la expropiación de la propiedad agrícola grande y media y la
constitución de cooperativas agrícolas encargadas de administrarlas mientras
las pequeñas propiedades permanecían en manos de sus pequeños poseedores hasta
que quisieran voluntariamente unirse a las cooperativas; la nacionalización de
todos los bancos, minas, fábricas y grandes establecimientos industriales y
comerciales. En suma, los espartaquistas propusieron la actuación en Alemania
del programa actuado en Rusia por los maximalistas Los socialistas
mayoritarios, Ebert, Scheidemann etc., eran adversos a este programa. Y las
masas que los seguían no estaban espiritualmente preparadas para una
transformación tan radical de régimen de Alemania. Los socialistas
independientes, Kautsky, Hasse, Hilferding, etc., se mostraron vacilantes. No
se inclinaban por el limita do y opacado reformismo de los socialistas
mayoritarios ni por el revolucionarismo de los espartaquistas. Los
espartaquistas iniciaron, a la manera bolchevique, una campaña de agitación
progresiva. Las figuras que acaudillaban la Unión Spartacus eran, ciertamente,
figuras de primer rango en el movimiento proletario alemán. Carlos Liebknecht,
era hijo de Guillermo Liebknecht, uno de los patriarcas del socialismo Alemán.
Era, pues, heredero de un nombre glorioso en la historia del socialismo alemán;
además, dueño de una figuración brillante, intensa, continua en la vanguardia
del proletariado. Su pura intranquilidad e intransigencia durante la guerra
daba a su nombre una aureola llena de sugestión. Rosa Luxemburgo, figura
internacional y figura intelectual y dinámica, tenía también una posición
eminente en el socialismo alemán. Se veía, y se respetaba en ella, su doble
capacidad para la acción y para el pensamiento, para la realización y para la
teoría. Al mismo tiempo era Rosa Luxemburgo un cerebro y un brazo del
proletariado alemán. Franz Mehring era uno de los teóricos más profundos, más
luminosos y más eruditos del marxismo, autor de una serie de obras profundas y
admirables, había escrito, precisamente, un libro fundamental sobre Marx y
sobre el marxismo. Era viejo, tenía 72 años, pero conservaba el temple y el
fervor de la juventud. Eugenio Levinés, polaco ruso, que participó en Rusia en
la revolución de 1905 y que entonces sufrió la prisión en Siberia, era otra
noble y bizarra figura revolucionaria, provenía de una familia rica y poseía
una vasta cultura literaria y científica. Había renunciado, sin embargo, a sus
prerrogativas de intelectual y se había hecho obrero.
León Jogisches, periodista polaco, también era un notable
tipo de agitador, de propagandista y de revolucionario, era el colaborador, el
confidente, el amigo de Rosa Luxemburgo. En el partido socialista polaco había
tenido una actuación sobresaliente, en la Unión Spartacus era el organizador
enérgico e incansable de la acción y de la propaganda.
Clara Zetkin, en fin, la única figura que sobrevive de este
grupo de líderes, de conductores y de apóstoles, era de la misma estatura moral
e intelectual.
Este fuerte, homogéneo e inteligente estado mayor del
espartaquismo, consiguió agitar, sacudir potentemente al proletariado alemán.
Las masas obreras alemanas carecían de preparación espiritual y revolucionaria,
y de esto os hablaré dentro de un instante al hacer la crítica de la
revolución. Sin embargo, los jefes espartaquistas consiguieron organizar una
nueva vanguardia proletaria. Esta vanguardia proletaria era una vanguardia de
acción; pero los jefes espartaquistas no pretendían lanzarla prematuramente a
la conquista del poder. Se proponían usarla para despertar la conciencia del
proletariado, capacitarla cada día más para la acción, robustecerla
numéricamente, prepararla para el asalto decisivo en la hora oportuna.
La táctica de los socialistas mayoritarios, del gobierno de
Ebert y de Scheidemann, consistió por esto en precipitar la acción
revolucionaria de los espartaquistas, en atraer a los espartaquistas al combate
antes de tiempo, en obligarlos a empeñar la batalla inmaduramente. Los
socialistas mayoritarios necesitaban de la violencia de los espartaquistas a
fin de reprimir su violencia con una violencia mayor y eliminar de esta suerte
a un enemigo crecientemente peligroso: Las masas espartaquistas,
imprudentemente, no midieron sus pasos. El gobernador de Berlín, Eichorn, era
socialista de izquierda, un revolucionario, extensamente popular en la capital
alemana. Era un elemento indócil a la reacción y leal a la revolución y al
proletariado. El gobierno socialista mayoritario resolvió exigirle su renuncia.
Era ésta una provocación al proletariado revolucionario de Berlín.
El domingo 5 de Enero de 1919 hubo grandes demostraciones
revolucionarias en Berlín. Al día siguiente se declaró la huelga. Las masas,
indignadas contra el órgano oficial del Partido Socialista, el Vorwaerts,8 del cual se habían adueñado algunos socialistas
mayoritarios, resolvieron ocupar por la fuerza éste y algunos otros diarios.
Construyeron barricadas, pero se esforzaron por evitar efusiones de sangre,
invitando a las tropas por medio de grandes carteles, a no disparar contra
sus hermanos proletarios. Los choques comenzaron, sin embargo, muy en breve.
Algunos agentes provocadores, según parece, fueron utilizados para encender la
lucha. El caso es que entre las tropas y las masas espartaquistas se empeñó el
combate. Noske, un socialista mayoritario, se encargó del Ministerio de Guerra
y con, el concurso entusiasta de los oficiales del antiguo régimen, organizaron
la represión de los insurrectos. Hubo en Berlín varios días de sangrientas
batallas.
El domingo 12 los espartaquistas que ocupaban el Vorwaerts enviaron seis parlamentarios
desarmados a negociar la paz con los sitiadores de la imprenta ocupada. Los
seis parlamentarios fueron fusilados. Los combates prosiguieron. Los jefes
espartaquistas no habían querido nunca conducir a las masas a la lucha, pero
una vez emprendida ésta, una vez iniciada la batalla, sintieron que su deber
era ocupar su puesto al lado de las masas.
Las autoridades les atribuyeron la responsabilidad íntegra
de la insurrección de las masas espartaquistas y se echaron en su persecución.
En la tarde del 15 de Enero, Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo, que se
habían refugiado en una casa amiga, en un barrio del oeste de Berlín en
Wilmersdof, fueron arrestados por la tropa. Horas más tarde fueron asesinados.
La versión oficial de su muerte dice que, tanto el uno como
el otro, intentaron escapar de manos de sus custodios, y que éstos, para evitar
la fuga, se vieron obligados entonces a disparar y matarles. Pero la verdad
fue otra.
Liebknecht y Rosa Luxemburgo cayeron en manos de oficiales
del antiguo régimen, enemigos fanáticos de la revolución, reaccionarios delirantes,
que odiaban a todos los autores de la caída del Kaiser por conceptuarlos
responsables de la capitulación de Alemania. Y esta gente no quiso que los dos
grandes revolucionarios ingresasen vivos en una prisión.
Pero con este sangriento episodio de la muerte de Carlos
Liebknecht y Rosa Luxemburgo no se extinguió la ola revolucionaria. La
vanguardia del proletariado alemán seguía reclamando del gobierno una política
socialista. Los socialistas, mayoritarios que, con el concurso y el beneplácito
de la burguesía, habían reprimido truculentamente la insurrección
espartaquista, resultaban cada día más embarazados para desenvolver en el
gobierno un programa de socialización.
En febrero y marzo el proletariado vuelve, gradualmente, a
asumir una posición de combate. Se suceden de nuevo las huelgas que, de la
región del Rhin y de Westfalia, se extienden a la Alemania central, a Baden, a
Baviera, a Wurtenberg. En estas huelgas los trabajadores pasan de las
reclamaciones de aumento de salarios a la demanda de la socialización y de la
instauración de un gobierno sovietista. El gobierno mayoritario aplaca estos
movimientos con una serie de, vagas y pomposas promesas. Y con estas promesas
consigue aquietar a las masas. Pero una parte de ellas manifestó una decidida
voluntad revolucionaria. Y se produjeron en Berlín nuevas jornadas
sangrientas. Las víctimas de la represión se contaron una vez más por millares.
Y el espartaquismo perdió a otro de sus mejores jefes. León Jogisches,
capturado poco después de las jornadas de marzo, tuvo una suerte análoga a
Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo. No fue asesinado en el camino de la
prisión, sino en la prisión misma. Se dijo que había intentado fugar (la eterna
historia de la fuga), y que por esto había sido preciso disparar contra él.
Pero con estas batallas de la vanguardia proletaria de
Berlín no cesó aquel período de actividad revolucionaria en Alemania. También
el proletariado de Munich libró valientes batallas. Y la represión en Munich
fue más sangrienta, más dura, mas costosa todavía para el proletariado que la
represión en Berlín.
En Munich, en Baviera, se llegó a instaurar el régimen de
los soviets. La república sovietista de Munich, fue de un sovietismo
artificial, de un comunismo de fachada, y esto era natural. Predominaban en
este gobierno elementos reformistas, elementos semi-burgueses que no daban a
lar República Bávara una orientación realmente revolucionaria. La vida de esta
república sovietista no podía, pues, ser larga. De una parte, porque este
gobierno sovietista en la forma, reformista en el contenido, no era capaz de
desarmar a la burguesía, de abolir sus privilegios ni de desalojarla de sus
posiciones. De otra parte, porque la Baviera era la región de Alemania menos
adecuada a la instauración del socialismo.
La Baviera es la región agrícola de Alemania. La Baviera es
un país de haciendas y de latifundios: no es un país de fábricas.
El proletariado industrial, eje de la revolución proletaria,
se encuentra, pues, en minoría. El proletariado agrícola, la clase media
agrícola, predomina absolutamente. Y, como es sabido, el proletariado agrícola
no tiene la suficiente saturación socialista, la suficiente educación clasista
para servir de base al régimen socialista.
El instrumento de la revolución socialista será siempre el
proletariado industrial, el proletariado de las ciudades. Además, no era
posible la realización del socialismo en Baviera, subsistiendo en el resto de
Alemania el régimen capitalista. No era concebible siquiera una Baviera socialista,
una Baviera comunista dentro de una Alemania burguesa.
Vencida la revolución comunista en Berlín, estaba vencida
también en Munich. Los comunistas bávaros no renunciaron, sin embargo, a la lucha,
y combatieron sin tregua por transformar la república sovietista de Munich en
una verdadera república comunista. Poco a poco esta transformación empezó a
operarse. La conciencia del proletariado bávaro se desarrolló más día a día. A
los puestos directivos fueron llevados obreros efectivamente revolucionarios.
Ese fue, simultáneamente, el instante de la contraofensiva burguesa.
Vencedora del proletariado en Berlín, la burguesía alemana inició el ataque
contra el proletariado en Munich. Las masas comunistas de Munich no tuvieron
mejor fortuna que las de Berlín.
Y otro de los líderes del espartaquismo, Eugenío Levinés,
aquel intelectual polaco-ruso de que os he hablado hace pocos momentos, fue el
mártir de esta jornada revolucionaria. Eugenio Levinés no fue asesinado como
Carlos Liebknecht, como Rosa Luxemburgo, etc., sino fusilado en una prisión de
Munich. Se le siguió un proceso relámpago y se le condenó a muerte. Frente al
pelotón de ejecución, Eugenio Levinés se portó valientemente. Y murió con el
grito de "¡Viva la Revolución Universal!", en los labios.
Estos son, ligeramente narrados, los principales episodios
espartaquistas de la Revolución Alemana. Este fue el instante más agudo y
culminante de la revolución.
El pueblo alemán, pasado este período de agitación que los
líderes del espartaquismo crearon con su acción incansable, mostró una capacidad
revolucionaria, una voluntad revolucionaria cada día menor.
El poder estuvo, primeramente, en manos de los socialistas
mayoritarios, apoyados por los socialistas independientes o sea los socialistas
centristas. Estuvo, después, en manos de los socialistas mayoritarios
únicamente. Luego, los socialistas mayoritarios, educados en la escuela
democrática, necesitaron la colaboración de dos partidos burgueses: el Centro
Católico, el Partido de Erzberger, y el Partido Demócrata, el partido de
Walther Rathenau y del Berliner
Tageblatt.
Como los socialistas mayoritarios, contrarios a la tesis de
la dictadura del proletariado, habían convocado a elecciones parlamentarias,
quedaron a merced de las combinaciones del equilibrio parlamentario.
Faltándoles la colaboración de una parte de los votos socialistas, tenían que
buscar la cooperación de igual o mayor número de votos burgueses. La asamblea
nacional sancionó en Weimar una constitución democrática; pero no una
constitución socialista. Los socialistas mayoritarios, dentro del régimen
parlamentarista, no podían conservar íntegramente el poder; pero eran
indispensables para la constitución de una mayoría. Por eso, los hemos visto
entrar en todos los gabinetes de coalición que se han sucedido. Pero en el
gabinete actual, en el gabinete de Cuno, no figuran ya los socialistas
mayoritarios.
Su neutralidad benévola en el parlamento sigue siendo
necesaria para la vida del ministerio. Pero el ministerio no es ya un
ministerio con participación de los socialistas mayoritarios sino un ministerio
de coalición de los partidos burgueses alemanes, coalición en la cual no falta
sino la extrema derecha burguesa, el partido pan germanista, o sea el partido
de la monarquía.
La Revolución Alemana, después de la insurrección espartaquista,
no ha hecho sino virar a la derecha, siempre a la derecha. Primero, el poder
fue ejercido por los socialistas de la derecha y del centro, unidos; después
por los socialistas de la derecha solamente. Más tarde, por los socialistas de
la derecha, en colaboración con los partidos burgueses más liberales.
Actualmente, por estos partidos burgueses, amparados en la
neutralidad benévola de los socialistas de derecha, la Revolución Alemana ha
ido perdiendo cada vez más todo carácter socialista, y afirmándose cada vez más
en su carácter democrático, en su carácter burgués. Por eso ahora, se dice que
la Revolución Alemana no se ha consumado aún. Que la Revolución Alemana se ha
iniciado no más.
Rodolfo Hilferding, antiguo líder de los socialistas
independientes, dijo en el Congreso de Halle en 1920: «Nosotros hemos dicho
siempre que el 9 de diciembre no fue en un cierto sentido una verdadera
revolución. Nosotros hicimos todo lo posible, primero durante la guerra y
después al comienzo de la revolución, por dar a ésta el aspecto más decisivo».
Y Walther Rathenau, líder demócrata, pensador notable de la burguesía alemana,
que, como recordaréis, fue asesinado hace un año por un nacionalista alemán, en
su notable libro La Triple Revolución,
emite opiniones muy interesantes sobre la fisonomía y el alcance de la
Revolución Alemana. Walther Rathenau dice: «Nosotros llamamos Revolución
Alemana, a algo que fue la huelga general de un ejército vencida».
A continuación Walther Rathenau señala que, mientras en
Rusia existía una antigua preparación revolucionaria, en Alemania no había
preparación revolucionaria ninguna. El proletariado alemán carecía de estímulos
revolucionarios. Gozaba de un tenor de vida discretamente cómodo. Le era
permitido vivir con higiene, con desahogo, con limpieza. Y hasta le era
permitido ahorrar modestamente. El Estado ayudaba a las familias numerosas. En
el orden económico, e: proletariado alemán había hecho mayores con- quistas que
proletariado alguno. Y por esto mismo se había desinteresado de las conquistas
en el orden político.
El Kaiser, la monarquía, se reservaban el manejo, la
dirección de la política exterior e interior del Estado. Al proletariado esto
no le preocupaba casi porque no rozaba ningún interés inmediato suyo. En el
proletariado alemán no había, por consiguiente, un real estado de con- ciencia
revolucionaria. Mejor dicho, este estado de conciencia era demasiado
embrionario, demasiado naciente, demasiado incipiente. La revolución
sorprendió, pues, impreparado al proletariado alemán. Naturalmente, de entonces
acá la preparación revolucionaria del proletariado alemán ha hecho camino. Hoy
esa preparación es mucho mayor que en 1918.
El Estado burgués vira cada día más a la derecha; pero las
masas populares viran cada día más a la izquierda. Cada día manifiestan mayor
saturación, mayor conciencia, mayor preparación revolucionarias. Precisamente,
este apartamiento de los socialistas mayoritarios del gobierno, se ha operado
bajo la presión de las masas.
Por todas esas razones, los actuales acontecimientos
alemanes no son sino episodios de la Revolución Alemana, el actual gobierno
burgués de Alemania no es sino un período, un capítulo de la Revolución
Alemana. La Revolución Alemana no se ha consumado, porque una revolución no se
consuma en meses ni en años; pero tampoco ha abortado, tampoco ha fracasado. La
Revolución Alemana se ha iniciado únicamente.. Nosotros estamos presenciando su
desarrollo.
Un período de reacción burguesa es un periodo de
contraofensiva burguesa, pero no de derrota definitiva proletaria. Y, desde
este punto de vista, que es lógico, que es justo, que es exacto, que es
histórico, el gobierno fascista, la reacción fascista en Italia, es un
episodio, un capítulo, un período de la Revolución Italiana, de la guerra civil
italiana. El fascismo está en el gobierno; pero el proletariado italiano no ha
capitulado, no se ha desarmado, no se ha rendido. Se prepara para la revancha.
Mientras tanto, el fascismo para llegar al gobierno ha
necesitado pisotear los principios de la democracia, del parlamentarismo,
socavar las bases institucionales del viejo orden de cosas, enseñar al pueblo
que el poder se conquista a través de la violencia, demostrarle prácticamente
que se conserva el poder sólo a través de la dictadura. Y todo esto es eminentemente
revolucionario, profundamente revolucionario. Todo esto es un servicio a la
causa de la revolución.
En la próxima conferencia me ocuparé de la disolución del
Imperio Austro-Húngaro y de la Revolución Húngara. Y entraré luego en el examen
de la Paz de Versalles, de aquella paz que ha sido el fracaso de las ilusiones
democráticas de Wilson, y que ha dejado a Europa la herencia de esta situación.
Pero esto no podrá ser el próximo viernes por que el próximo
viernes será el 27 de julio, día de fuegos artificiales y de nochebuena, sino
el viernes 4 de agosto.
NOTAS:
1 Pronunciada el viernes 20 de julio de 1923 en el local de
la Federación de Estudiantes (Palacio de la Exposición). Una reseña
periodística de esta conferencia se encuentra en La Crónica del 23 de julio del
mismo año.
3 Una rama del Parlamento alemán compuesto por el Reichstag o
reunión de los diputados del pueblo. La otra era el Bundstag o reunión de los
delegados de los Estados.
8 Periódico del socialismo
mayoritario dirigido por Ebert y Scheideman, que oponía al sentido
revolucionario de los "espartaquistas" una moderada línea reformista.