Compartimos una traducción no oficial del último Editorial de A Nova Democracia.

Los índices de boicot a la farsa electoral, en su tramo municipal, reafirman el ya histórico incremento y marcan, al mismo tiempo, una profundización. La tasa de abstención en esta primera vuelta es la más alta desde el año 2000 (descontando, por supuesto, las elecciones de 2020, que tuvieron lugar en plena pandemia), alcanzando el 21,68%. Esto significa 33,8 millones de brasileños y brasileñas que, habiéndose registrado y regularizado ante el tribunal electoral, decidieron abstenerse. Sin embargo, esta cifra ni siquiera se acerca al número real aproximado, ya que los votos nulos, los votos en blanco y aquellos, como los jóvenes de 16 a 18 años que no están obligados a votar y las personas a quienes se les canceló el voto tantas veces, no se están contabilizando, fenómeno que, en Brasil, está relativamente extendido. El número de personas en edad de votar, pero que se encuentran en situación irregular, es incierto: en 2017, la cifra publicada fue de 1,9 millones, pero sólo en 2018, el Tribunal Superior Electoral anunció que a 6 millones de electores se les canceló el registro; este año 2024, el tribunal informó que, sólo en el estado de Bahía, se cancelaron más de 1,6 millones de títulos. También llaman la atención las altas tasas en las elecciones municipales, cuando tradicionalmente son más bajas (debido al control personal de las oligarquías, rurales o urbanas, armadas, sobre los electores).

La profundización del boicot es expresión de la crisis de la vieja democracia burguesa: como hemos dicho, las masas, en su proceso espontáneo en el que germina un brote de conciencia proletaria y que ha sido impulsado por la intervención revolucionaria del proletario consciente elemento, ya han concluido, en términos generales, que el sufragio y la representación universal, por encima de las clases, son engaños; que las instituciones son parciales y que las elecciones no pueden transformar nada a favor de las masas populares; Tampoco creen que deben estima alguna a las instituciones “democráticas”, ya que ellas mismas, las masas, sólo reciben desprecio, indiferencia, opresión permanente y represión por parte de las “autoridades” cada vez que se movilizan por sus derechos.

Este fenómeno, si bien parece resultar pura y exclusivamente de la degradación espontánea y “natural” del sistema político, de la desmoralización y descrédito de sus instituciones, dadas sus prácticas de abuso de poder e injusticias contra el pueblo, es impensable sin la intervención del elemento revolucionario, del movimiento revolucionario dentro de la situación de una ofensiva contrarrevolucionaria general mundial y, particularmente, en el país, que a través de las demandas de las masas y acciones radicalizadas llama al boicot de esta farsa electoral. El actual ciclo de crisis y agotamiento de la democracia burguesa en Brasil es el fracaso de la constituyente de 1988, propagada por oportunistas y revisionistas, desde entonces, como la que garantizaría plenamente los derechos sociales. Las ilusiones populares con el constituyente se hicieron añicos cuando, a lo largo de los gobiernos del PT (2003-2014), el alardeado programa de gobierno de “desarrollismo popular” se reveló como mera retórica populista. Allí, la “constitución ciudadana” se desenmascara junto con el “gobierno de frente popular” electoral y oportunista, en la medida en que se desenmascara: no es casualidad que el año 2004, inicio del apogeo oportunista del PT, registre la tasa más baja de abstenciones del siglo: 14,2%, recuperando ampliamente el índice de 2000. Por tanto, el período de 14 años de gestión del viejo Estado por el oportunismo representa este ciclo de democracia burguesa en total bancarrota (1988), y agonizante, atropellada por la derrota estratégico-programática del reformismo desarrollista y cuya frustración y desilusión con él, por parte de amplios sectores de la población, es la base sobre la que se produjo el ascenso político de la extrema derecha y el fascismo. Pero este oportunismo electoral de esta izquierda burguesa elevada al gobierno es derrotado por las manos callosas de los campesinos pobres, que a lo largo de estos años protagonizaron numerosas batallas por la conquista de la tierra, que llegaron a desenmascararla, y penetraron en las bases de los movimientos populares cooptados, desintegrándolos y, finalmente, impidiendo que el gobierno ignore y entierre ileso el tema agrario-campesino de la agenda política nacional. Fue derrotado a manos de los obreros en las revueltas en las obras del PAC, en las grandes construcciones de hidroeléctricas en el Norte y Nordeste e infraestructuras portuarias, verdaderos levantamientos proletarios que están en la base de la desmoralización del gobierno oportunista en su “base popular” y animación del movimiento sindical de trabajadores y fuerzas que anteriormente fueron satélites del PT, sin los cuales los levantamientos de 2013-2014 no habrían existido como tales. Fue derrotado por la resistencia estudiantil que desenmascaró los programas privatizadores y corporativistas del gobierno del PT, haciendo que toda una generación de activistas tomara conciencia de la traición a la socialdemocracia. En definitiva, todas las luchas del movimiento revolucionario unidas a las masas populares, sin las cuales no estaríamos, hoy, hablando de la agonía de este ciclo putrefacto de la vieja democracia, cuyos altos índices de boicot son expresión y signo. Por supuesto, ante la imposibilidad de las fuerzas revolucionarias de abrazar y dar no sólo dirección política general, sino dirección orgánica y concreta a estas masas, parte de ellas se dejan arrastrar por el antagonista de la democracia burguesa apoyado por sectores de las clases dominantes, la extrema derecha y el fascismo. Pero eso es historia, y toda verdadera revolución, al actuar, desorganiza el escenario y muchas veces también genera una poderosa contrarrevolución, que debe ser derrotada persistiendo, y no prevenirla renunciando a la propia lucha.

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No basta simplemente con denunciar la crisis de la vieja democracia, su crisis y sus limitaciones teóricas; es necesario contraponerla con la lucha revolucionaria, no aquella abstracta de la que hablan elocuentemente muchas “estrellitas” de diversas corrientes políticas oportunistas, sino con la lucha real que, hoy, vive como un brote de esperanza para el Nuevo Brasil: la lucha revolucionaria campesina, principalmente. El ejemplo de la lucha de resistencia campesina, como la Batalla de los ocupas de Barro Branco, en Jaqueira (PE), debe ser un faro para demócratas y revolucionarios: los dos paramilitares bolsonaristas tiroteados con un fusil en medio del enfrentamiento son una expresión de la guerra por posesión del terreno. La guerra campesina secular, históricamente muy subestimada por el movimiento revolucionario brasileño, y que fue exigida y llevada a cabo por algunas generaciones de valientes comunistas, que no escatimaron en sacrificios para allanar el camino a la revolución, nunca cesó, sino que tras durísimas derrotas, siempre se reanudaba. Esta ha sido la etapa más alta de la lucha campesina en las últimas décadas, preparando un gran salto adelante. Esta es la realidad en las zonas rurales del país: allí luchan campesinos pobres, indígenas y quilombolas, por un lado, y los latifundios históricamente, hoy defendidos por hordas paramilitares bolsonaristas apoyadas por contingentes de las fuerzas policiales del viejo Estado, por el otro.

Sólo hoy se puede ver que esta conflagración armada, anterior al marxismo, está inseparablemente y completamente ligada al movimiento revolucionario proletario, como nunca antes lo había estado en la historia del país. Por lo tanto, en este momento histórico, como ningún otro, la revolución democrática y la lucha revolucionaria campesina pueden triunfar, como una sola. Por mucho que los oportunistas tergiversen las palabras para omitir su derrota histórica, los hechos son testarudos. Es aquí donde puede nacer, y donde nacerá, el Poder Popular, la Nueva Democracia, que hoy, más que nunca, emana de las masas campesinas armadas que se educan en batallas verdaderamente revolucionarias, contra las hordas bolsonaristas, bajo la dirección del proletariado. Por eso, es urgente gritar: ¡Guerra a las hordas paramilitares bolsonaristas y a sus partidarios de hecho y de palabra! ¡Muerte al latifundio! ¡Viva la Revolución Agraria!