DÍA INTERNACIONAL DE LOS PRESOS REVOLUCIONARIOS
HEROICIDAD QUE VIVE EN LA LUCHA DE LOS PUEBLOS
Los comunistas que fueron asesinados en
las cárceles peruanas el 19 de junio de 1986, demostraron la fortaleza
de la moral de la clase obrera. Eligieron dar la vida sin interés
personal para servir a su pueblo y a la revolución mundial. El ejemplo
de firmeza de esos combatientes es impresionante y a la vez contundente
expresión de encarnar la ideología proletaria hasta sus últimas
consecuencias. Hoy, diversas organizaciones celebran el Día
Internacional de los Presos Revolucionarios.
Precisamente, el preso político
revolucionario más importante del mundo es Abimael Guzmán Reinoso, el
Presidente Gonzalo, Jefe de la Revolución peruana que está completamente
incomunicado y aislado, tras dirigir la guerra popular en Perú y al
cual se le han montado un montón de patrañas para desprestigiarlo y
desmoralizar a las fuerzas revolucionarias.
Actualmente, el corrupto Estado peruano
pretende un “nuevo juicio”, que no es sino una nueva treta para atentar
contra la vida y salud del Presidente Gonzalo. Sus planes son
“condenar” al Presidente Gonzalo por crimen contra la humanidad,
mientras suelta a los verdaderos genocidas, las “autoridades” del viejo
Estado, con una “medida de carácter general”. (Periódico A Nova Democracia, AND)
Desde Periódico El Pueblo expresamos
nuestro más sentido homenaje a todos los revolucionarios y auténticos
demócratas encarcelados que entregan su vida y libertad para construir
una nueva sociedad.
Republicamos la historia del Día de la Heroicidad escrita por la colaboradora de AND, Rossana Bond, el año 2012.
DIA DE LA HEROICIDAD – COMO FUE LA RESISTENCIA
Rosana Bond
El 19 de junio de 1986 la administración
fascista de Alan García asesinó a cerca de 250 prisioneros políticos del
Partido Comunista del Perú (PCP) en uno de los más sangrientos
episodios de terrorismo de Estado cometidos en cáceles sudamericanas.
Desde entonces hasta ahora la fecha es rememorada por el PCP y por los
diversos partidos revolucionarios del mundo como el Día de la
Heroicidad.
Efectivamente, los valerosos hombres y
mujeres presos en la capital y alrededores (Lurigancho, Callao e Isla
del Frontón) merecen ser llamados héroes. Murieron cantando. Y sin
ningún temor frente a las tropas del Ejército, Marina y Aeronáutica, que
atacaron los tres presidios como fieras carniceras armadas con bombas
de demolición, bazookas, granadas, gases y ametralladoras. Por no hablar
de lanchas y helicópteros artillados, en el caso de la Isla del
Frontón.
Los militantes comunistas, lejos de
actuar como corderos rumbo al matadero, resistieron hasta el fin, a
pesar de la enorme desproporción de fuerza bélica. En El Frontón, por
ejemplo, la batalla duró casi trece horas.
Detalles de esa brava resistencia, fueron
publicados casi un año después de los episodios, en un libro hoy
desaparecido en las estanterías, del periodista Juan Cristóbal. Su
título es ¿Todos murieron? (Lima, Ediciones Tierra Nueva, 1987)
No se trata de una obra que simpatice con
el PCP. Se trata solamente del trabajo de un profesional que, como
ciudadano peruano, se sintió también herido «en las noches más negras
que los derechos humanos tuvieron en nuestro país». Una convencida
alusión a aquellos 18, 19 y 20 de junio (respectivamente fechas de la
orden de matar dada por García, de los ataques propiamente dichos y de
la recogida de los cuerpos, todo eso envuelto en mentiras asquerosas del
administrador [gubernamental], de los militares y de su prensa
cómplice).
“Vamos a resistir”
El libro de Cristóbal, que es una
recopilación de notas oficiales variadas (inclusive de los propios
presos), testimonios y reportajes da la prensa monopolista, se inicia
mostrando que el PCP sabía que sus camaradas serían atacados en
cualquier instante.
Así, la obra presenta íntegramente un
documento de las mujeres del presidio de Callao, fechado 7 de junio, por
tanto 12 días antes de la matanza. En él las militantes denunciaban la
existencia de planes gubernamentales de exterminio en las cárceles. En
aquella época los comunistas presos estaban en una campaña contra su
traslado al «moderno» Canto Grande (Penal Miguel Castro Castro), en
verdad un auténtico matadero y centro de tortura.
«Las presas políticas y prisioneras de
guerra, reclusas en este negro campo de concentración de Callao,
convertido en luminosa trinchera de combate, nos dirigimos a nuestro
heroico pueblo combatiente y a la opinión pública para denunciar: este
nuevo gobierno reaccionario más hambreador y más genocida, más
demagógico e hipócrita, viene profundizando su plan genocida contra los
presos políticos, utilizando distintos métodos para sus negros
objetivos.
(…) Que quede bien claro que estamos
dispuestos a resistir y la sangre que corra en Frontón, Lurigancho y en
Callao caerán sobre (las espaldas) de esas hienas asesinas» – dijeron
las mujeres en fragmentos del documento, hoy convertido en una pieza
histórica de la lucha revolucionaria peruana.
Comprobando que el «estamos dispuestos a
resistir» no eran palabras vanas, es posible constatar en el libro de
Cristóbal, buscando informaciones dentro de los numerosos y heterogéneos
textos recopilados por el periodista, que los prisioneros del PCP
efectivamente prepararon una resistencia creativa, usando todo lo que
sus modestos objetos y su situación de confinados permitía.
Leyendo todos aquellos detalles confieso, sin embargo, que no me sorprendí.
Pues cerca de un año antes el ataque
estuve clandestinamente en la Isla del Frontón, para hacer un reportaje,
y vi la capacidad admirable de aquellas personas de transformar el
horrible presidio perdido en medio del Pacífico (donde trozos de vidrio y
pedazos de ratas se veían mezclados en la comida) en un lugar
«habitable».
Es más: en un lugar donde la revolución tenía su curso, a través de la actitud.
Una actitud comunista ejemplar, que
ejercitando organización, disciplina, solidaridad y paciencia (que en el
reportaje y en dos libros posteriores, Sendero Luminoso: Fuego en los Andes y Perú: del imperio de los incas al imperio de la cocaína, definí
como «paciencia china»), llevó al grupo a implantar allí una realidad
opuesta a las cárceles peruanas de aquel tiempo. Escuela de
alfabetización y de estudios políticos/económicos, cursos de poesía y
teatro, biblioteca, cocina, farmacia, producción de artesanía y hasta
producción de libros (escritos a mano). Todo creado y dirigido por los
presos. La cocina propia, para evitar los vidrios y las ratas, fuer una
dura conquista, ya que en los actos de reivindicación varios compañeros
habían perdido la vida.
Volvemos a la resistencia de 1986.
Bunker, queso ruso y bandeja
Previendo el ataque fascista, los presos comenzaron a preparar su defensa.
Durante meses elaboraron cuchillos,
lanzas con punta de metal, arcos y flechas, artefactos para lanzar
piedras, cócteles molotov y «quesos rusos» (explosivos caseros de
plástico, activados por detonadores). En Lurigancho, crearon además
«chalecos a prueba de balas» hechos con bandejas del comedor. De esta
forma, un día antes de la invasión militarse apoderaron de un pequeño
número de funcionarios como rehenes a los que quitaron algunas armas de
fuego (en el caso del Frontón, tres fusiles y una pistola)
Sin embargo, la decisión más
sorprendente, que dejó boquiabiertas y furiosas a las tropas de las
Fuerzas Armadas, fue una protección de cemento armado que hicieron los
prisioneros, recubriendo las paredes internas de algunas
salas-dormitorios en Lurigancho y el Frontón, transformándolos en
auténticos bunkers. En la isla, algunas ventanas también fueron
parcialmente pavimentadas, convirtiéndolas en troneras (orificios a
través de los cuales se disparan las armas)
Allí en El Frontón, además, los presos del PCP construyeron un compartimento subterráneo suficientemente grande para albergar a 150 personas (que era el número de prisioneros políticos que quedaban en aquella cárcel). El subterráneo estaba dotado de respiraderos abiertos al mar.
¿Cómo se obtuvo el cemento?
Allí en El Frontón, además, los presos del PCP construyeron un compartimento subterráneo suficientemente grande para albergar a 150 personas (que era el número de prisioneros políticos que quedaban en aquella cárcel). El subterráneo estaba dotado de respiraderos abiertos al mar.
¿Cómo se obtuvo el cemento?
En el libro de Cristóbal se encuentran
dos versiones. La primera es que el material fue introducido en
Lurigancho y en el Frontón escondido en sacos de productos comestibles
llevados a los presos por familiares, poco a poco, en un sistema como
«hormigas». la otra versión es la de que, en la isla, el cemento armado
fue suministrado por las propias autoridades para la construcción de
baños, en un acuerdo con los prisioneros, ya que (todo indica) que el
Gobierno no quería gastar el dinero con obreros.
¿Y cómo los bunkers no fueron descubiertos antes?
Los diarios de la burguesía, incluidos en
el libro, gritaban histéricos en sus reportajes y editoriales que los
alojamientos de Sendero Luminoso (el nombre usado por ellos para
referirse al PCP) en los presidios no eran fiscalizados porque los
«terroristas» tenían un control absoluto sobre ellos.
«¡Viva la Revolución!»
El esquema de defensa implantado por los
presos funcionó con eficiencia. Para conseguir entrar en Lurigancho y en
El Frontón los militares tuvieron que demoler buena parte de los
edificios.
La resistencia de los combatientes comunistas duró largas horas en Lurigancho y en la isla. Hasta que las tropas reaccionarias, coléricas, mandaron buscar bombas más potentes para una segunda ofensiva.
La resistencia de los combatientes comunistas duró largas horas en Lurigancho y en la isla. Hasta que las tropas reaccionarias, coléricas, mandaron buscar bombas más potentes para una segunda ofensiva.
Hasta aquel instante su irritación había
subido al máximo, principalmente por el uso de otra arma por los
prisioneros, ésta de efecto psicológico: los gritos de «¡Viva la
Revolución!», cada vez que los cañonazos no afectaban a las paredes
reforzadas con cemento, y el entonar de músicas e himnos del Partido.
No cesaron de cantar ni un minuto. Las
voces se fueron silenciando cuando, después del surgimiento de nuevas
bombas y sus fortísimas explosiones, cerca de 170 presos fueron
capturados con vida y asesinados, uno por uno. En Lurigancho, según el
libro, estando ya en la fila del exterminio, todos continuaron cantando
hasta que el último camarada recibió el tiro cobarde en la cabeza.
En el Callao, el canto acabó siendo el
arma mayor en la resistencia de las mujeres del PCP. No pudieron usar
otra defensa porque la invasión fue rápida. La existencia de una
claraboya facilitó el servicio a los atacantes, que desde lo alto
arrojaron bombas de gas y dominaron a las prisioneras. No obstante, un
grupo de ellas parece haber resistido, pues dos resultaron muertas y
cinco heridas.
Si dije que la defensa de los
combatientes del PCP funcionó con eficiencia fue porque, considerada la
fuerza de ataque y el gran aparato bélico empleado por las tropas
fascistas, cerca del 50% de los presos del Frontón y el 76% de
Lurigancho fueron protegidos por su esquema defensivo y estaban vivos al
ser capturados.
Lo que no los protegió fue el barbarismo
de los asesinos, definidos por Juan Cristóbal, como «los actores de este
injustificable operativo militar, que hasta hoy, y hasta siempre,
continuará produciendo heridas en tan noble cuanto sufrido corazón de
nuestro pueblo».