MARIA APARECIDA
AÑO XVII, Nº 224 - 2ª QUINZENA DE JUNIO Y 1ª DE JULIO DE 2019
Atravesamos una era de declive. No se trata, sin embargo, de un declive de orígenes místicos y puramente espirituales, como pretenden las religiones, sino de un declive que brota del pudrimiento de la sociedad burguesa.
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José Carlos Mariátegui fue fundador del Partido Comunista del Perú
El gran Carlos Marx afirmó que la ideología que predomina en toda época es la ideología de la clase dominante de esa época. Según Mariátegui, en El hombre y el mito, cuando la clase dominante es todavía revolucionaria y hace andar las ruedas de la historia, su ideología llena a los hombres y mujeres de la energía de sentimientos heroicos. Cuando esa clase consolida su dominación y se vuelve reaccionaria, todas sus ideas llevan al espíritu humano al retraso y a la decadencia.
En la historia hay otros ejemplos de ello. El cristianismo de los esclavos revolucionarios de Roma era uno: estaba fundamentado en la igualdad de todos los hombres ante la creación y el desprecio a las riquezas del Emperador, expresado en la máxima "A César lo que es de César"; ya el cristianismo de los reaccionarios señores feudales era distinto, fundamentado en el terror a los campesinos y en la predestinación al trabajo servil. Una misma idea, a depender de la época, puede tener carácter progresista o reaccionario, como apuntó Engels en su magistral Anti-Dühring. Así ocurre con la civilización burguesa que, durante las revoluciones iluministas, era progresista y entusiasmada con los mitos de la consigna de "Libertad, Igualdad y Fraternidad" y, ahora, como revela José Carlos Mariátegui, sufre de la ausencia de fe y esperanza y se reaccionariza.
Mariátegui investigó con maestría este proceso en su ensayo El alma matinal. El fundador del Partido Comunista del Perú fue quirúrgico al afirmar que el racionalismo sirvió apenas para desacreditar la razón. La burguesía prometió a la humanidad una era sostenida por los principios de la razón y del progreso y lo que hizo fue fundar otra sociedad basada en la explotación del hombre por el hombre. El surgimiento del imperialismo y todos sus consecuentes males, a principios del siglo XX, rasgó con frialdad todos los ideales iluministas de democracia y libertad. No podría, en medio de las tormentas de la guerra imperialista y de la profunda crisis económica, moral y política, seguir floreciendo una intelectualidad caprichosa y acomodada tal como la intelectualidad parisina de los tiempos de la Bella Époque, analizada por Mariátegui.
"Cuando la atmósfera de Europa, próxima a la guerra, se cargó de electricidad en demasá, los nervios de esta generación sensual, elegante e hiperestética sufrieron una rara incomodidad y una extraña nostalgia". En este tramo Mariátegui demuestra cómo la llegada de la Primera Gran Guerra interimperialista causó un doble efecto en la romántica intelectualidad europea: por un lado, el temor de perder la dolce vita y, por otro, la ansiedad de presenciar un espectáculo, como si la guerra pudiera ser reducida a una pieza teatral. "Pero la guerra no podría ser tan mezquina", su munición no es de festín y la sangre vertida es verdadera. La pequeña burguesía, acostumbrada con la gracia de las noches tranquilas de la bohemia europea, no pudo soportar las duras penas impuestas por los tanques, aviones y ametralladoras. A la guerra imperialista de 1914, el proletariado ruso respondió con la revolución bolchevique de 1917 y, a esa revolución, la gran burguesía europea respondió con el nazifascismo y con dos guerras de agresión.
Es en medio de ese huracán de acontecimientos históricos es que Mariátegui destaca la aparición de dos concepciones distintas de vida: una prebélica, luego preimperialista, cómoda, ligada a los tiempos del desarrollo relativamente pacífico del capitalismo y a los mitos iluministas, y otro post-bélica, de la era imperialista, marcada por los nervios a la flor de piel, ligada a las llamas de la guerra imperialista, de la revolución y de la contrarrevolución armadas.