A continuación publicamos una traducción no oficial del último Editorial de A Nova Democracia.

La maquinación del imperialismo yanqui, manejando a sus lacayos en América Latina, incluidos los de la falsa izquierda como el descarado Boric (Chile), mientras presiona a los vacilantes Luiz Inácio (Brasil), Petro (Colombia) y Arce (Bolivia), en la nueva cruzada contra el gobierno venezolano, ahora por los resultados de las elecciones presidenciales, es un inaceptable intervencionismo e injerencia en los asuntos internos del Estado y del pueblo venezolano. El deber de todos los progresistas, demócratas y revolucionarios es rechazar esta agresión alzando la voz cantando Yankees, Go Home! ¡Y sacad vuestras garras de América Latina! Al final, de eso se trata: un intento, en forma de intervencionismo e injerencia, de apoderarse de la riqueza de Venezuela, ya que sus intereses allí se están siendo contrariados con una creciente penetración de la influencia china y rusa en el país.

La supuesta democracia, exportada al mundo en las bayonetas y tanques de los marines yanquis desde la llamada “Guerra Fría”, sólo ha sido un vehículo de arrasamiento de naciones enteras para satisfacer los intereses económicos, políticos y militares de EE.UU. en su disputa con otros imperialistas por su hegemonía imperialista sobre el mundo. Sólo en el siglo XXI la historia experimentó el desgarramiento total de las naciones gracias a la “democracia” yanqui: Irak, Afganistán, Libia, Siria, por nombrar sólo algunos, que, después de aniquilar segmentos enteros de esos pueblos con sus tropas genocidas y sanguinarias, convocaba triunfalmente elecciones para legitimar el nuevo gobierno lacayo, o títeres, capituladores o traidores de la nación oprimida, para refrendar el nuevo orden económico de total sumisión a los intereses yanquis estrechamente supervisado por las tropas imperialistas. Al igual que en otros países, la democracia burguesa y el sufragio universal no son más que marionetas, manipuladas día tras día por los centros de inteligencia militar y el monopolio de las comunicaciones y la prensa, que buscan manipular la percepción de las masas, crear noticias falsas, alterar la psicología de la sociedad, impugnar determinadas corrientes y candidatos políticos, ya sea abiertamente o con reglas que hacen inviable cualquier proyecto revolucionario y antiimperialista. En fin, al no tener los obreros su propio aparato de prensa capaz de enfrentarse a los de las clases explotadoras, estas últimas manipulan de manera vil para garantizar sus intereses de manera casi absoluta, bajo la máscara de “gobiernos legítimamente elegidos”. Eso es la democracia burguesa: libertad para las clases dominantes y sus representaciones políticas para el reparto del Poder político; dictadura, represión y coerción para las clases populares y sus organizaciones de lucha, situación que se hace más evidente cuanto mayor es la etapa de crisis general del régimen político y de movilización popular.

A su vez, la izquierda electorera oportunista en la gestión del viejo Estado en los países latinoamericanos demuestra toda su astucia. O se unen al imperialismo yanqui, dejando caer la máscara de “antiimperialista”, o tergiversan, como lo hace Luiz Inácio, quien, según los articulistas, admite estar “en una situación delicada” y propenso a condenar a Maduro. Este es el resultado de años defendiendo la tesis de la “democracia como valor universal”: al final, ahora que el gobierno venezolano no presenta las actas de las elecciones, ¿qué le queda a la falsa izquierda? Todos se ven obligados a aceptar, en la práctica, la injerencia imperialista en Venezuela y abandonar su retórica antiimperialista.

Los yanquis promueven su injerencia, por un lado, ejerciendo una fuerte presión internacional económica, política y diplomática contra el régimen de Venezuela, buscando fomentar una división en las Fuerzas Armadas, donde seguramente cuentan con una vasta red de agentes infiltrados trabajando día y noche; por otro lado, además de la quinta columna de partidos reaccionarios, tienen grupos muy bien entrenados para fomentar el desorden camuflándose como descontento civil. Ahora bien, los yanquis no tienen la intención de lanzar sus propias tropas ni instalar una guerra civil para subvertir el régimen, ya que esto sería una actitud casi suicida, dado el material antiimperialista inflamable que hay en toda América Latina. Sin embargo, con su injerencia, los imperialistas elevan la presión para llevar al gobierno venezolano a la capitulación. Y, en ello, cuentan con la colaboración activa de la falsa izquierda.

Sólo la lucha revolucionaria antiimperialista puede hacer realidad la democracia popular, la nueva democracia, ya sea en Venezuela o en cualquier país oprimido por el imperialismo. Un nuevo tipo de Estado en el que el ejercicio del Poder político sea por las masas obreras en todos los rincones a través de las Asambleas Populares y sus comités populares electos, de manera escalonada hasta el gobierno nacional revolucionario, que garantice educación y salud universales gratuitas, un programa de vivienda digna, saneamiento básico universal y gratuito, electrificación en todas partes, todo apoyado en el armamento general del pueblo; un gobierno de las masas que imponga una nueva economía, con el derecho a la tierra garantizado para el campesinado y la eliminación de la explotación mediante el desarrollo de nuevas relaciones de producción basadas en una cooperación cada vez mayor, el fin del robo y saqueo imperialista de la riqueza nacional y la confiscación los monopolios de las clases dominantes y la aplicación de este capital en el desarrollo de una economía industrial y tecnológica, autocéntrica y autosuficiente; la promoción de una nueva cultura nacional, científica y de masas para el pleno desarrollo social y espiritual de los trabajadores, principalmente en el campo, donde el predominio del latifundio durante siglos dejó severas huellas de atraso. Esto aún no se ha hecho en Venezuela –cuya concentración de tierra es la tercera de América Latina, muy superior a la de Brasil–, un logro que no se puede esperar de Nicolás Maduro, que encabeza su régimen y apoya el monopolio de la tierra, los monopolios industriales y la alta cúpula de las Fuerzas Armadas, amos que controlan el propio gobierno. Sólo el proletariado revolucionario, en alianza con el campesinado pobre, centralmente en la lucha por la tierra a través de la Revolución Agraria y contra la dominación imperialista y sus aliados internos, puede lograr una verdadera democracia popular, la nueva democracia.