Con la elección que llevó a Salvador Allende a la presidencia muchos sectores del pueblo creyeron que sus anhelos de liberación nacional y mejores condiciones de vida se materializarían, creían que ellos iban a llegar al Poder. Así, por ejemplo, campesinos pobres pensaron que con la Unidad Popular (UP) se les entregaría toda la tierra que trabajaban; que se expulsaría el capital imperialista que saqueaba nuestros recursos naturales; que se eliminarían los monopolios que controlaban las áreas fundamentales de la economía. Sin embargo, el programa allendista no distaba de un paquete de medidas que buscaban entregar migajas a las masas empobrecidas, pero no la tan deseada Revolución.
Allende nunca se definió a favor de una verdadera revolución, sino todo lo contrario, pregonaba la vía pacífica al socialismo, e hizo todo lo que estuvo de su parte para contener las luchas del pueblo y la violencia de masas. Su línea política militar fue contrarrevolucionaria. Junto con su séquito de oportunistas y revisionistas, se puso a la cola de la DC, para asegurar el mantenimiento del viejo Estado, dictando, por ejemplo, la Ley de Control de Armas (1972), con la que se manda a la cárcel a quien porte armas o artefactos explosivos. La importancia de esta ley es que entrega el monopolio de la violencia al ejército reaccionario y a los grupos militares latifundistas que actúan sobre la ley. La historia ha dejado claro que la DC junto con impulsar esta ley impulsó el golpe.
Imposición de los planes imperialistas en Chile
La oposición a la UP, que representaba los intereses del capital monopólico no estatal, siguiendo los planes imperialistas yanquis, maquinaron el sangriento golpe de Estado el 11 de septiembre 1973, poniendo al mando del gobierno a la Junta Militar Fascista, la que duraría hasta el 11 de marzo de 1990.
Durante la dictadura militar fascista (de Pinochet) los planes del imperialismo yanqui se lograron imponer de forma acelerada en Chile. Los primeros días tras el golpe de Estado, los Chicago Boys, (grupo de economistas formados en la Universidad de Chicago, EEUU), pusieron en la mesa de los miembros de la Junta Militar “El Ladrillo”, documento que condensaba los principios económicos, políticos e ideológicos que se aplicarían durante el régimen y que contenía medidas específicas para plasmarlos en las distintas áreas de la sociedad. Algunas de esas medidas fueron: la educación superior tenía que dejar de ser gratuita; los liceos debían pasar a manos de las municipalidades administradas por militares; crear un sistema de pensiones basado en la cuenta individual de ahorro (AFPs); creación de las ISAPRES en el ámbito de la salud; reducción del gasto público; retribución a los latifundistas de las tierras recuperadas por el campesinado pobre; facilidades a la inversión imperialista (saqueo); mayor concentración del capital. En fin, todo un paquete de medidas que favorecía los intereses del imperialismo, principalmente yanqui, de los terratenientes y de la gran burguesía compradora, aquella ligada a los monopolios privados.
El objetivo del golpe no era salvar Chile ni mucho menos. El objetivo del golpe fue reestructurar el viejo Estado burgués-terrateniente de Chile para servir más y mejor al amo imperialista yanqui. Las pugnas entre Frei Montalva y la junta militar fascista por ver quien continuaba en la administración del viejo Estado lo comprueban. Para el imperialismo yanqui era más eficaz actuar mediante la junta que mediante la DC. Ya los yanquis habían financiado a este partido terrateniente sin mayores resultados.
La lucha y resistencia popular durante los 70 y 80
Para llevar a la práctica este plan imperialista, la junta militar fascista reprimió fuertemente al pueblo. Masacró y torturó a miles de chilenos, tanto del campo como de la ciudad. Detuvo, secuestró e hizo desaparecer a otros cientos. Pero como bien sabemos, porque la historia así nos lo ha demostrado, cuando hay opresión hay rebelión y cuando uno de los nuestros muere, muchos más nos levantamos, y eso ocurrió. Muchos fueron asesinados, sin embargo, el pueblo como podía se enfrentaba a las fuerzas represivas para resistir. De hecho, los pobladores que combatieron durante los 80´ en contra del régimen relatan que la lucha y la resistencia popular de las masas fue enorme y alcanzó un buen nivel de organización.
Durante las jornadas de protesta de los 80´, los pobladores, niños, jóvenes y adultos se preparaban con anticipación, acumulando gran número de elementos para las barricadas, haciendo molotovs, lanzaban baldes con agua hirviendo a los pacos, tendían alambres en los pasajes para que se cayeran los pacos, el pueblo se armaba con lo que tenía a mano. Además, las mujeres cocinaban las ollas comunes que alimentaban a las masas en lucha. Existía gran solidaridad de clase entre el pueblo. Los pobladores sabían a dónde acudir cuando alguien caía herido, podía ser una parroquia de un “cura rojo”, donde había enfermeros del pueblo con materiales básicos para socorrerlos, o una casa determinada. En los pasajes de las poblaciones, las puertas de las casas se abrían para que entraran y se protegieran los que huían de la policía y no fueran detenidos. Estos son sólo algunos ejemplos de cómo el pueblo se organizaba para luchar con el gerenciamiento fascista de Pinochet.
Las masas luchaban igual como lo hacen hoy. Querían el Poder como hoy lo ansían nuestros jóvenes y por eso fueron más allá, buscando la respuesta, la salida revolucionaria, el Poder.
En los 70´, 80´ y principios de los 90´ hubo organizaciones que realizaron acciones armadas contra las fuerzas represivas. Las masas vieron estas acciones con la esperanzas de avanzar a la revolución, pero estas organizaciones no representaron una salida revolucionaria. En lugar de rechazar la podrida y derrotada política de la UP y mirar hacia adelante, miraban hacia atrás con nostalgia. Pensaban que la lucha contra el fascismo pasaba por volver a la política de la UP y de continuar por el camino de Allende. La única organización que hizo un balance correcto de la UP fue el Partido Comunista Revolucionario (PCR), sin embargo, no lleva a la práctica el balance, queda en papel y se autodisuelve en 1980.
A pesar de todo, las masas nunca dejaron de acudir las organizaciones que realizaban acciones armadas contra la junta militar fascista. El pueblo buscaba en las protestas y en la violencia las respuestas contra la junta militar fascista. Respuestas que también buscaban quienes participaron de la lucha sin pertenecer a ninguna organización. Pero teniendo claro, aun instintivamente, que la rebelión se justifica. Incluso después de la “vuelta a la democracia” en los 90´ las masas siguieron luchando. El problema estaba en que no existía la organización que dirigiera esa lucha a la conquista del Poder. No existía auténtico Partido Comunista.
El camino del pueblo: Retomar a Recabarren
Hoy, a 40 años del golpe de Estado, muchas son las lecciones que como pueblo hemos podido sacar. Fundamental es comprender la necesidad de la violencia revolucionaria y del proletariado organizado en Partido Comunista militarizado que la dirija el inicio y desarrollo de la guerra popular.
Sin asumir las lecciones, ni aprender de los aciertos y errores –principalmente de los errores– es imposible avanzar y luchar contra el imperialismo y el oportunismo. Seguir viendo a la UP con nostalgia o criticar a la UP pero levantar otros procesos similares como el de Morales, Chávez-Maduro, Correa, es ponerse a la cola de los oportunistas.
Los pobres del campo y la ciudad no tienen otro camino para liberarse que la Revolución y que en Chile, hacer la revolución significa retomar y desarrollar a Recabarren. Retomar la historia de lucha del pueblo, asumir que no somos los primeros, que estamos aquí gracias a que otros lucharon. Desarrollar es iluminar las luchas actuales y las futuras con luz de la ideología científica del proletariado, barriendo con el imperialismo, la gran burguesía y los terratenientes y de forma indesligable combatir a los oportunistas y revisionistas.
Retomar y desarrollar a Recabarren es, en términos concretos, impulsar la reconstitución del Partido Comunista fundado por Recabarren en 1922 e iniciar la forma más alta de lucha del pueblo y la clase obrera: la guerra popular.