- Redação de AND
Bolsonaro y Generales. Foto: Reproducción.
Más de una vez, desde enero de 2019, los analistas burgueses han fijado una fecha para el fin del gobierno de Bolsonaro. El punto más alto se alcanzó al comienzo de la pandemia, el año pasado, cuando la política abiertamente genocida del capitán-de-Bush (imitando a su amo, Donald Trump, que ya sucumbió) resultó en la explosión del número de infectados y asesinados en Brasil, mientras que hubo varias manifestaciones golpistas organizadas desde el Palacio Planalto. Luego, la ayuda de emergencia, sumada a las investigaciones en Río y al arresto de Queiroz, devolvió tanto la presión al gobierno como su discurso a favor de una “intervención militar con Bolsonaro en el poder”. A principios de este año, con el empeoramiento económico y la sucesión de crímenes de lesa humanidad perpetrados en Manaos, así como el sabotaje a la vacunación masiva de nuestra población, volvió a fechar su caída y a dar por sentada la apertura de la proceso de juicio político, expectativas alimentadas por el diario "sellado" de Rodrigo Maia, el lloroso, en Twitter. Error de Ledo: la elección, especialmente de Arthur Lira, en la Cámara, a un precio de 3 mil millones de reales, apoyó, por ahora, esas predicciones, además de mostrar que el “frente democrático amplio” supuestamente fortalecido en las elecciones municipales no fue nada más que una rata desnutrida, si no imaginaria.
El hecho fundamental de la situación brasileña es que marcha hacia una radicalización inevitable y que no hay salida posible para la catástrofe que nos azota que no pase por la violencia. Violencia contrarrevolucionaria, para destruir los derechos democráticos mínimos logrados por la movilización popular y la resistencia al régimen militar y con su derrocamiento, que son obstáculos para reestructurar el viejo Estado reaccionario y dinamizar el capitalismo burocrático; o violencia revolucionaria, para derrocar al viejo estado reaccionario, barrer el capitalismo burocrático y llevar a cabo la revolución de la Nueva Democracia. Este es el verdadero dilema histórico que se nos presenta, que tenderá a volcar y luego a tragarse las soluciones intermedias, falsas en tanto que imposibles.
Este es quizás el gobierno más asesino y corrupto de nuestra historia. No es fácil hacer tal afirmación, dada la larga duración de regímenes y gobiernos estrechos que nos han acosado desde Tomé de Souza. Pero, frente a lo que se hizo en apenas dos años, con la muerte de más de 230 mil brasileños, la flagrante sumisión al imperialismo yanqui (todos eran sumisos, descarados a este nivel y no a otro), la juerga de la cloroquina (un una especie de mortalidad sobrevalorada), la venta a precio de ganga de nuestra riqueza natural, la ruina del SUS e incluso los mínimos valores iluministas, en favor de un darwinismo social desenfrenado y un oscurantismo que hacen parecer “progresistas” hasta las figuras más atroces Frente a todo lo que encierra la declaración. Sin embargo, a pesar de todo, incluida la dura oposición de los sectores "ilustrados" de la gran burguesía, cuyos portavoces son los monopolios de la prensa, en particular la Rede Globo y el Estado de São Paulo, el gobierno de Bolsonaro / generales perdura. A menos que esto sea atribuido a Dios, oa un destino manifestado de adentro hacia afuera por nuestro pueblo, que lo ataría a la perversión eterna, es necesario explicar este fenómeno. Complejo, sin duda, pero se puede trazar en líneas generales.
En primer lugar, las elecciones de 2018 y el gobierno militar que siguió fueron el resultado, no la causa, de ese proceso de inevitable radicalización y tendencia a la violencia mencionado anteriormente. Si queremos fechar el inicio de este nuevo ciclo, podemos señalar los días de junio de 2013, que marcó el agotamiento del “acuerdo nacional” celebrado a fines de la década de 1970 (patrocinado, por cierto, por el régimen militar) y que culminará con la Constitución del 88º Constitución que, entre otros disparates, mantuvo la tutela militar sobre el llamado “poder civil”, al hacer de las Fuerzas Armadas “garantes del orden interno”. El triunfo electoral del PT en 2002 fue, al mismo tiempo, el auge de esta “Nueva República” y el inicio de su declive, por revelar los límites insanables de los acuerdos que le dieron origen y frustrar cualquier expectativa de cambios sociales efectivos en el interior. sus marcos. El “neodesarrollo” del PT no fue más que un aumento en la concentración de la tierra y el fortalecimiento del terrateniente exportador, consumismo desenfrenado basado en la juerga crediticia - que concentraba y no distribuía la riqueza en manos del capital financiero - una cooptación y degeneración sin precedentes en la mayoría de los casos del movimiento sindical y popular, ligados como ruedas al auto del gobierno federal. Expresión en el país de la ofensiva contrarrevolucionaria general encabezada por el imperialismo yanqui como flagrante “colaboración de clases”, asistencia barata y corporativización de las masas para mitigar las contradicciones de clase y no, el tan cacareada por los monopolios de prensa, “volverse a la izquierda”. Todo esto, acumulado, más megaeventos, ocurrió en la explosión de 2013, cuando quedó claro que la tarjeta de oportunismo lanzada por las clases dominantes internas (para evitar levantamientos como los que cuajaron la historia política de América Latina al final de la siglo) pasado), ya estaba sin efecto. De ahí data la preparación para la intervención militar, que ha ido creciendo, y que Lavajato, el juicio político de Dilma y la puñalada y redención electoral de Bolsonaro son los capítulos resultantes.