REDACCIÓN AND
19 enero 2022
Foto: Adriano Machado.
La desmoralización y derrota del gobierno de Bolsonaro y de los generales es ahora un hecho irrefutable. La crisis económica, política, sanitaria y social, que en las últimas décadas se ha agudizado desde la recesión de 2015-2016, se ha agudizado hasta un nivel sin precedentes desde el ascenso del capitán-domato hace tres años. Ya no hay indicios del entusiasmo con que el mitómano del Planalto fue recibido por sectores de la población ilusionados con su promesa de acabar con la “vieja política”. Si Bolsonaro, hoy, todavía respira, es exclusivamente por su alianza con la piratería llamada “centrão” y la movilización de su mafia cada vez más desligada del grueso de la opinión pública y de la lógica más elemental. Ahora, con 60 millones de brasileños viviendo en la desesperación y gas para cocinar por encima de los 100 reales, ya no suena a espantapájaros decir que Brasil puede convertirse en Venezuela. Es posible que, en el país vecino, la amenaza en sentido contrario tenga algún efecto persuasivo.
En este momento, hay una disputa silenciosa dentro del gobierno, no por el “legado positivo” -porque éste no se encuentra por ningún lado- sino por la descarga del fracaso. La dura respuesta del contralmirante Barra Torres, presidente de Anvisa, a Bolsonaro, así como la determinación del comandante del Ejército de que todos sus subordinados deben vacunarse y evitar compartir noticias falsas en las redes sociales, son movimientos claros en ese sentido. Como un buey piraña, el fascista Bolsonaro fue utilizado por el Alto Mando de las Fuerzas Armadas para asumir puestos claves en la administración del país en un momento crítico, y ahora, ante la inminente derrota, se prepara su abandono por mar. . Sin embargo, quien piense que el fin de este gobierno marcará la menor intervención de los militares en la política se equivoca. Por el contrario, como núcleo del Estado reaccionario, gane quien gane, conservará el poder de veto contra cualquier medida que incluso ponga en peligro sus intereses de casta y las posiciones estructurales de la gran burguesía y el latifundio, sirvientes del imperialismo.
Si ni siquiera la transición de 21 años de un régimen militar fascista a uno con apariencia civil cambió este panorama, no será la mera alternancia de inquilinos en el Planalto lo que lo hará.